viernes, 7 de diciembre de 2018

Actor secundario en secuencia de terror

Llegué a pensar que podría vivir así. Ser inocuo, no doler, esa era la intención. Creí que de ese modo era posible ser, vivir... Pero, ¿qué vida? Soy un gran actor, lo sé porque nadie se da cuenta de la penumbra que guardan mis ojos. Un gran actor secundario, me atrevería a decir. Si se me permite un inciso, para ser más exacto creo que el perfil es de extra más que de actor secundario. Un actor secundario es imprescindible para darle sentido a la escena. Un extra podría desaparecer y pasar totalmente desapercibido en el relato.

¿Qué habrá sido de él...? Estará bien. Sus amigos ─como dice ahora el anuncio institucional─ volverán a reír, como si no hubiera pasado absolutamente nada...

Y, en cierto modo, no habría pasado absolutamente nada. Solo faltará mi plato en la mesa donde como todos los días. Aunque nadie sabe donde estará esa mesa en diez años. Ni siquiera si compartiré mesa con algún familiar en esos diez teóricos años. A fin de cuentas, qué sabrá la soledad de compartir y de ausencias...

Pero volviendo a la idea principal, actor secundario suena más poético, aunque se ajuste menos a la realidad. Hasta hace poco, entendí el miedo como incertidumbre. Y es así el miedo más común, el más banal... Ahora entiendo una frase que leí en El caminante y su sombra, creo recordar. Decía algo así:
No es la duda, sino la certeza lo que vuelve loco a un hombre. 
 Tener como filosofía de vida el ser asceta, inocuo para el resto, tal vez ─quién sabe─ llegar a ser cuidador de oficio... Todo ello parecía una buena idea, un gran proyecto de futuro, sin caer en la cuenta que, mientras pasaba desapercibido y evitaba dolor al resto, era yo mismo quien se desintegraba. Ahora entiendo perfectamente qué es el miedo. El miedo es conocer con exactitud el final, que nada cambie en esta secuencia.

Lo escribo porque nadie podrá escucharlo. Nadie quiere escucharlo, de hecho. Y de querer hacerlo, entraría en conflicto mi máxima de evitar todo sufrimiento al otro. Hay personas buenas que ofrecen sus oídos, pero que ignoran este grito mudo de auxilio, esta voz rota, esta lágrima guardada en un frasco de sal, esta carta. Paradme los pies si algún día voy en serio, porque no interesará y actuaré en vano por y para nadie. Solo yo me curo y cuido a mí mismo en esta soledad. Más allá del oscuro cuarto, de la sombra que soy, actúo. Y soy un gran actor, insisto.

Puedo aparentar que todo va bien,
pero a estas alturas del relato
con que lo parezca
me basta.

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