martes, 8 de octubre de 2019

Sala de máquinas en orden

Hemos forzado demasiado la máquina. Toda una tripulación de soñadores frustrados achica el agua que lleva años entrando por las grietas de mi nave. Están ahogados pero no lo saben.

Ahora la marea arrastra una montaña de hojalata oxidada por dentro, con algunos desperfectos de inmadurez en la cubierta externa. No hay nada más atroz que la deriva.

Pasan a mi lado y no dicen nada. Me miran a los ojos y no ven el hundimiento. Abro la boca y parece que todo va bien. La interpretación intermitente de un papel se cronifica: preguntas poco relevantes sobre la salud de los otros. ¿Y la mía, qué hay de la mía? Hoy no me importa.

Nadie me cuida y no lo añoro. La última vez que sentí unos cuidados efectivos en mí me prepararon una sopa caliente. Hoy toda atención hacia mí es inútil. No me cuidéis no, ya no por favor. No más ensañamiento, eso es levantar otra pared contra la que chocarme al levantar y no poder.

Hemos forzado la máquina en exceso pero el mundo no lo puede saber. Jamás tocaremos fondo porque el fondo lo recreo nuevamente a cada instante. Todos los días son el mismo día pero el vaso colmado inunda esta habitación. El mismo día pero siempre peor. Tan solo sé que no quiero esto.



viernes, 9 de agosto de 2019

La juventud

Entonces alguien con los pies apoyados en la mesa afirmó sentirse joven. Mientras exponía sus argumentos de un modo ordenado y premeditado, como si la intervención estuviera preparada desde días atrás, yo comencé con mi común ejercicio de analizar la forma en que veo el reflejo de lo ajeno en mí. ¿Yo soy joven? Apenas acabo de cumplir esta noche veintidós años y sigo sin sentirme joven, sin saber de la frescura de los años en los que el cuerpo todavía no duele y permite hacer de todo. Justo ahora recuerdo la frase que escribí en el papel donde abandono ideas inmaduras: Estoy tan tristemente desperdiciado... No sé qué es ser joven, nunca lo he vivido, y nunca lo viviré. Algunos viven una segunda juventud. No será mi caso, pues para ello es necesario una primera.

Estoy abocado a la culminación de mi peculiar fantasía distópica: Llegará el día en que nadie me felicite por mi cumpleaños. Hoy, excluyendo a siete familiares, solo tres personas me han felicitado, de las cuales solo una lo hizo sin yo esperarlo, porque recordaba la fecha. Me parece de mal gusto felicitar el cumpleaños de alguien que no quiere que pase el tiempo en ningún sentido, que no quiere ser. Mi abuelo materno disfrutó mucho sus últimos cumpleaños. Él decía que le estaba ganando batallas a la vida. Yo siento que las pierdo contra el tiempo. Desperdicio tanto el tiempo... Nunca me arrepentiré. Es una forma de condena saberlo.

Entonces quitó los pies de la mesa y dijo que los dolores son los que marcan la juventud, porque limitan las aspiraciones y capacidad de satisfacer los deseos de vivir determinadas experiencias. Con esas palabras lo entendí todo. Interpretándolo a mi manera supe que mi dolor me limita en absolutamente todo lo que me proponga, impidiéndome sentir el placer y la paz de estar haciendo bien las cosas. Por eso tengo la cabeza agachada y las manos cruzadas entre sí. Por eso no miro al frente y solo espero que pase el tiempo y espero y espero y espero sin más. No me juzguen, me duele tanto mirar la vida que estoy en una limitación constante, y no puedo más que hablar del dolor propio, o sonreír por la alegría de otros. Mi felicidad nunca será mía porque la angustia que acompaña al dolor es crónica y se reagudiza sin ningún criterio lógico. Una máquina rota a ratos. Pero duele igual.




Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz... 

martes, 23 de julio de 2019

Yo, que no sé bailar

Si estuviera sano, probablemente querría verte bailar. Probablemente, de hecho, te habría visto bailar ya innumerables veces. Sonreirías mientras tanto —lo puedo imaginar—, y yo también sonreiría, no solo por verte bailar y verte sonreír, sino que yo también estaría sonriendo de propia felicidad. Y también bailando. Incluso me habría atrevido demasiado pronto a insinuarme con descaro. ¿Quién sabe si me habrías seguido el juego? Te habría sugerido ir a cenar, al cine, a un concierto, antes —quizás— a merendar o tomar algo sin que ocupe mucho tiempo... Te habría dejado las cosas bastante claras, sin tener la actitud huidiza propia de tan grandes inseguridades que me hacen hoy quién soy. Tendrías todas mis cartas —o eso te haría creer— sobre tu mesa, y si las hubieras rechazado, en mí no reinaría un dolor tan profundo como el que tengo ahora establecido de base. Sería capaz de ofrecerte toda una vida, pondría en duda que aquélla que tienes hoy pudiera ser mejor que una conmigo. Seguramente confiaría en mi capacidad de hacerte feliz, de ser tu refugio y tu compañero de viaje. Aun así, también tendría más oportunidades con otras mujeres, y entonces no sabría si te elegiría a ti también. Sería todo más frívolo, pero eso es cualidad de toda vida en movimiento, aunque suene redundante hablar de vida y cambio. Sería todo muy distinto. Llevo años en los que vivo amurallado entre libros y canciones que hablan de cosas que no tengo.

Estoy divagando demasiado, lo siento. Todo esto es porque una canción, estúpida cuanto menos, lleva repitiéndose en mi cabeza toda la tarde. Decía "you have never danced like this before". Solo puedo compartir el tono melancólico del chico que canta con un pelo extraño. No veo a la gente bailar porque no bailo. Puede que sea síntoma, o tan solo que mi forma de ser —curiosísima expresión, forma de ser como sinónimo de algo inamovible— es incompatible con la inmensa mayoría de manifestaciones sociales de alegría, ocio y diversión. ¿Puede acaso amar alguien que se siente completamente extraño cuando se trata de bailar? ¿Puede amar alguien que siente un escalofrío devastador al ver la sonrisa bárbara que brota al bailar? Rotundamente no. Pude sentir, si acaso, el anhelo de amar, y puede más adelante entender la incapacidad emocional que se deriva de ello. Para amar se requiere una completa capacidad y disposición a dar, a volcar el Yo en el Otro. Si el Yo no tiene nada en absoluto, o todo en Él es ceniza y polvo, escombros de otra cosa, resulta que nada puede dar, y por tanto a nadie puede amar de verdad. Todo en mí es anhelo. Vuelvo a sentir miedo. La canción también decía, creo recordar, shouldn't talk about this. Fingiré, como siempre hago, que estoy sereno, que soy calma, paz. Seguiré inspirando confianza a quienes amo, o creo amar. No obstante, inventaré cada vez excusas más creíbles para no bailar.

martes, 9 de julio de 2019

Pequeño vio el futuro

¿Por qué le duele tanto? Está cansado, mira sus ojos sin esfuerzo en mirar, fíjate en cómo se cae su respiración lentamente, como deseando que fuese la última. Las manos heridas de angustia, la vista cansada de un contemplar pasivo, de un aparente ser delante de todo lo que es. Camina con el paso decidido de un muerto, asume su condición de nadie, y no soporta esa incongruencia: ¿por qué tiene que ser, si su vida no es? Respuestas encomendadas a su eterno y parcial silencio. ¿Qué esfuerzos valdrán la pena? ¿Acaso se diferencia de algo la pena que tiene de base, con la que obtiene a cambio de intentar vivir?

El amor es otra cuestión que quizá sea el centro de su tormenta particular. Padece de una incapacidad emocional total de hecho: en cuanto se plantea siquiera amar (como si fuera algo que se plantease en términos teóricos, y no una verdad que brota del fondo de su ser), se clavan en su alma verdades como flechas bañadas en venenos artificiales. Dice que este mundo no permite amar bien. Dice que estamos sobreexpuestos. Dice que no puede darle a nadie una vida bonita. Lo peor de todo es que tiene razón. ¿Qué vida puede dar si él no quiere vida? Dice, por último, que si algo ha aprendido es que nunca hay que permitir el dolor que se pueda evitar. Por eso no habla con nadie, por eso vive encerrado entre libros y canciones tristes que le hacen sentir bien, no por la tristeza, sino por la comprensión.

Pero, de cualquier modo, está cansado de que duela tanto. Y entonces yo me vuelvo a asustar, porque tiembla la isla entera, se quiebra el suelo y un estruendo parte todo por la mitad. No quiero ser ese muerto viviente cuando sea mayor. No quiero no tener otra salida más que la muerte.


Dije de niño cuando supe
lo que estaba por venir.


No quiero llorar, quiero gritar de impotencia, pero no sale la voz. 

lunes, 10 de junio de 2019

Volcán

Voy a contarte un cuento. Puede que también me lo invente, no voy a mentirte.

Vivo en una pequeña isla donde guardo enterrado un baúl lleno de tesoros maravillosos. En él hay recuerdos de una infancia llena de amor y libertad, atada a una cuerda temporal cuyo extremo está unido a los dedos que ahora mismo besan con agilidad unas letras blancas sobre fondo negro. Perdón. ¿Por dónde iba? ¡Ah! Sí, sí, es cierto. Como decía, hubo un tiempo en que yo era como un pájaro firme y ligero. Era como la seda sobre un mundo áspero y arenoso. Yo era fuerte y libre, era quien quería ser, y estaba completamente seguro de ello. Me daba igual no ser el mejor, porque era yo, y con eso bastaba, lo consideraba suficiente. Luego dejé que las corrientes marinas me hicieran resultado de su tozuda manera de mover las cosas, y acabé dejándome llevar, tanto que caí en la cuenta demasiado tarde de que los pájaros de seda y cristal no saben vivir debajo del agua.

Por suerte no acabó todo ahí. Fui a parar a una isla desierta (¡de la que hablaba al principio!), nadie pasa por aquí, y si lo hacen, suelo esconderme o disfrazarme de algún animal autóctono. Nunca pensé que un lugar tan pequeño pudiera sentirlo como algo extremadamente grande para mí. A veces desentierro el baúl, cierro los ojos, pienso cómo sonreía... Sé que hubo un tiempo en que todo iba bien, un tiempo donde mi hogar no era una isla y quien pasaba por delante solía quedarse a charlar un rato. Ahora mismo no es así. Si alguien habla conmigo, puedo contarle infinidad de cosas sobre naufragios, cartas desesperadas en botellas de cristal, incluso algunas historias tristes que he inventado aquí durante mis ratos libres. No les puedo hablar del bello paisaje porque no lo veo así, aunque no les voy a mirar mal si veo que disfrutan contemplando el ir y venir del mar hasta la tierra. Ya no.

Sé que las cosas han cambiado mucho desde que aquel chiquitín jugaba a levantar castillos e imperios de arena mojada, o achinaba los ojitos mirando al cielo mientras llovía para ver de dónde caía el agua, o se iba a dormir queriendo con muchas muchas ganas que llegase el día siguiente para llevar a cabo su próxima ocurrencia, jugar con sus amigos o ver a esa chica a la que nunca nunca le llegó a hablar. Hoy para nada es así. Es cierto que ya he aprendido a que mi islita no le haga daño a nadie ─aunque ojalá nunca nadie hubiera sufrido por esta suerte mía─, y también es verdad que estoy esperando a que se vaya esta bruma. Estoy deseando poder sonreír al sol, pero antes deben cambiar cosas que no dependen del todo de mí ni de nadie.

Llevo mucho tiempo aburrido de este lugar. Me lo conozco al dedillo y me basta con ver las primeras nubes para saber cómo irán los próximos días. A veces preludiar una catástrofe reduce los impactos. Lo que me preocupa es que, desde que estoy por aquí, hay un volcán que parece guardar toda la rabia y desesperación del mundo. Me parece cruel y triste. A veces me asusta y me siento como ese niño que fui. Creo que puede terminar conmigo. Cierro los ojos cuando el suelo cruje. Aprieto los dientes y tengo ganas de llorar. Vuelvo a repetir lo de siempre: Ya vendrán tiempos mejores. Ya vendrán para dejar atrás tantos años.




¿Sabes lo que te pasa? 
Que eres un infeliz 
y nunca 
vas a ser feliz 
con nadie. 

jueves, 23 de mayo de 2019

Cuídalo

Cuídalo, por favor, cuídalo.
Porque es pequeño y olvida
que la vida no es fingir ni huir
ni esconderse detrás de las quimeras
                         que repite sin querer.

Cuídalo porque ya no sabe pedir amor
y sus ojos se han caído en un lugar
que nadie ha pisado nunca,
y sus manos han perdido el tacto,
           y su cuerpo no recuerda
la forma que tiene un abrazo.

Cuídalo, por favor. Cuídalo.
Porque ahora es pequeño
y ya no es grande,
porque ahora sabe que no es nadie
y ha dado el salto a las mañanas
donde importa nada el café,
y se ha caído dentro de una pregunta
parecida al silencio de todo lo que tiene.

Cuídalo porque es pequeño
y no entiende que huye
sin querer de la vida
que no sabe tener.




Está lejos de su tiempo y de los días que no volverán. Cuídalo, porque está lejos y no sabe leer los mapas, y ya no tiene rumbo, y no sabe a qué llamar hogar si nadie le espera cuando se apagan las luces.

viernes, 19 de abril de 2019

Simulacro de evasión

Alguien se ha dado cuenta de que ya no estoy. Me extraña, tengo que admitirlo, porque en un rebaño con cientos (o miles, en ocasiones) de ovejas, ni el perro que pastorea se da cuenta de que falta una. (Me estoy llamando oveja, que te veo decirme soberbio en el primer párrafo).

Mi pelea con las redes, como sujeto social que soy (hola, aquí humano), es precisamente porque dejamos de ver personas detrás de la cultura del like, el fav y el follow. Hace bastantes meses dejé Instagram borrando mi perfil, y creo que absolutamente nadie lo ha echado de menos, "excepto yo". Me cansa ver como tanta gente pasa historias de personas que tiene como amigos con una velocidad y una indiferencia horribles, tanto como la calidad que tenemos ahora para querer a la gente. Instagram es el fin de lo social presentado como expansión de lo social.

Hace poco leí en twitter que si no te responde a las historias de Instagram, no te quiere. Probablemente fuese ironía, pero piensa por un momento en cuánta gente piensa de este modo. Estar rodeado de este imaginario colectivo, de esta forma de entender el mundo, me hace sentir muy incómodo.

Twitter me ha espantado por muchísimas razones. La que más, la frivolidad con la que se trata absolutamente todo. Me agota precisamente eso, tanta frivolidad, es el imperio de lo absurdo. Y alguien dirá que eso es Twitter: reírse de un meme absurdo (lo cual no tiene nada de malo). Pero también es un espacio donde pseudointelectuales pretenden mantener debates sobre Hegel o Kollontai, según toque. Aunque quizá el fenómeno más absurdo de Twitter consiste en poner pedestales a gente idiota. Como ahora han re-viralizado LCDM: Stop making stupid people famous. Cualquiera es modelo, escritor, fotógrafo, líder de opinión...

Es un espacio no apto para el pensamiento, no porque no lo permita, sino porque lo asfixia. Conozco a personas muy inteligentes y que son bastantes activas en esta red, que conste.

Reconozco que estos meses me he pasado por twitter de vez en cuando a ver cómo estaba el patio, pero siempre encontraba alguna idiotez lo suficientemente grande como para darme la vuelta. No es nada personal. O tal vez sí. El caso es que también he mirado mi CuriousCat, y ahí alguien me ha pedido que "vuelva" en varias ocasiones. Otros tantos me han dicho que se está mejor sin mí, pero eso era estándar, creo.

Quizá el paso más grande haya sido salirme del grupo de whatstapp de la facultad en el que no se hablaban apenas asuntos de la facultad. No me importaba en absoluto las discotecas que necesitan listas o yo qué sé qué parida hablaban cuando me fui. Pero ahora se está mejor.

¿El resultado? He desaparecido de la esfera social. Factor determinante podría ser que mis relaciones sociales se limitasen a la propia facultad, y a ver a mis dos mejores amigos cada dos meses aproximadamente, no lo descarto. De cualquier modo, al desaparecer de las redes, he tenido la sensación de fingir una muerte, dentro de lo que, por cierto, he encontrado bastante placer. Estoy a punto de convertirme en un Robe Iniesta pero con 21 años, habiendo dejado de fumar y sin saber tocar la guitarra. Vaya.

En resumen, las redes me cubrían un vacío social propio de una sociedad que no sabe relacionarse. Pero lo cubría de un modo muy irreal. Y si algo me caracteriza es que necesito vivir en lo real. La cápsula roja siempre fue la única elección, y ya no quiero más pose ni más indiferencia, estoy cansado de "compartir" y que "compartan" conmigo cosas que realmente nos importan mutuamente poco.


P.D. Al huir de Twitter y de Instagram te das cuenta de quienes son los tuyos "sociales". O descubres que no hay nadie. Ten cuidado al hacerlo.

P.D.2. Tal vez es solo cosa mía todo esto de ver las redes como el fin de lo social, no me lo tengáis en cuenta, puede que simplemente no tenga amigos.

P.D.3. Hasta pronto.




domingo, 10 de febrero de 2019

Ángel de Amor

Ponte en mi piel, Ángel de Amor,
así verás que no me dueles tú.

Entra en mi cuerpo, oh, Ángel
          de Amor, sé tu ausencia,
lo sé, no estás y no me duele.

Entra en mis ojos si buscas
saber por qué, entra donde
todo aparece gris y hendido;
aquí el limbo es donde duermo la soledad.

Entra en mis oídos: no hay silencio,
sino ruido, como si tú, Ángel de Amor,
rompieras todo lo que queda
de mi capacidad de amar.

Camufla tus alas en mis palabras
perdidas en un aire que nadie comparte.
Entiende mis brazos sin cuerpo que abrazar,
mis manos vacías, mis ojos ─insisto─ cerrados.

Entiende que no me dueles tú,
Ángel de Amor. Me duele
que no quepa una mano
en mi mano vacía, que
mis ojos caigan al suelo
y no encuentren miradas
en mi derrota diaria de costumbres estoicas,
que mis brazos no puedan
tener cuerpo en las noches frías,
que sea mi voz un ave muerta
para la jaula de mundo que habito.

Que nadie escuche, que nadie entienda,
incluso lo celebro. Que no comprendan
que me mires llorando en cada amanecer,
Ángel de Amor, aunque te duela.

Que no pueda, Ángel
de Amor, que no pueda:
eso es lo que me duele.





domingo, 13 de enero de 2019

No es la duda, es la certeza

Mírame. No queda nada, salvo un breve poema más a la desesperación que escribí hace siempre demasiado tiempo:


El silencio:
una habitación de suelo yermo
del que brotan inquietas malas hierbas
─seductoras y ocultas─
en forma de preguntas
            y rotundas verdades.




Es curioso. Siempre es demasiado aunque al final salga adelante. Nunca es suficiente pero es conformismo todo lo que en mí habita. Conformismo, y no descarto algún trazo de placer entre tanta bruma desagradable. Tal vez confunda el hastío con la resistencia. Ya no se atreve nadie a tomar las riendas de ningún carro si ve al caballo cojear. No queda nada, ni fuera ni dentro. Aunque esto no es ninguna novedad.

Verás, he llegado a la conclusión de que todas las imágenes que tenía de mí eran simplemente ficción. Viendo a la gente pasear feliz por las trincheras del día a día occidental pensé:

Me echo de menos.

Luego le di algunas vueltas.
Caí entonces en lo absurdo.

No eché a reír por compasión hacia mí mismo a estas alturas el espejo inspira clemencia, pero resulta frustrante ver cómo todo funciona con algún extraño sentido, mientras que tú apenas sigues por no hacer daño al dejar de ser. No sé si me explico, creo que sí. Siento que me entiendas.

Me echo de menos...

Como si alguna vez hubiera pensado seriamente que esto tiene alguna salida. No. Realmente siempre ha sido igual. Quizá hubo intentos fallidos y un éxito maquillado por terceras personas. Me hicieron olvidar que en mí hay un gran actor, es cierto. Pero la realidad sale con fuerza siempre ante mis ojos ya acostumbrados a este paisaje. 



Creo que ya es suficiente por hoy. Nos vemos en la próxima, cuando siga sin tener con quién, pero me sobren los contenidos.