domingo, 26 de enero de 2020

¿No?

Ven, acércate. No quiero que tengas miedo. Mi respuesta habría sido otra, es cierto, pero no voy a juzgarte. Necesito darte explicaciones aunque no las pidas.

No sé cuál es el origen de todo esto. Yo recuerdo una época de mi vida en la que, al preguntarme a mí mismo, me sabía feliz y tranquilo. De aquello hace ya muchos años.

Al principio vino la rabia. No entendía nada, ni tampoco quienes me querían. Aquello hizo todo mucho más frustrante. No funcionaba como se suponía que alguien de unos 15, 16 o 18 años debía funcionar. No me hacía feliz lo que debía hacerme feliz. El ocio, la fiesta, todo pasaba por mí como un trabajo, como algo que tenía que hacer, interpretando el papel de un joven normal, adaptado.

Luego dejé caer el fuego de mis manos, asfixiado de la máscara que utilizaba públicamente, y sintiéndome un demonio sucio por enseñar mi rostro real a quienes sembraban confianza en mí. Insisto, todo se volvió intransitable, toda forma de existencia era frustración. Alguna vez te lo he dicho: la vida es compartir. ¿Quién quiere compartir su vida con alguien que no quiere vivir? Disculpa, estoy siendo injusto conmigo. No es que no quiera, es que no puedo. Ese es el segundo punto. Anhedonia es un término que no termina de convencerme, pero varias personas con un diploma en la pared me lo han puesto en la frente. Puede que deba hacerles caso, o que no esté yo en la plena capacidad de decidir sobre mis etiquetas. Lo que sí puedo adjudicarme es ser un gran actor. Quizás ya te lo veías venir. O bien era un triste, o un aburrido. No, no, no te sientas mal. Coincido en el razonamiento. Es completamente lógico: tú sabes vivir, yo no. Soy todo lo extraño a ti. Eso, amor, es el único lado bueno de todo esto. ¿Te imaginas que además tuvieras tú los mismos trastornos mentales que yo? No, no... Es comprensible. No acabo de entender la respuesta, como te dije al principio, pero entiendo que te asustes, entiendo que no quieras más, entiendo que nunca quisieras. Pero a mí la honestidad me gusta llevarla bajo el disfraz, y solo desnudarme cuando estamos en un contexto algo más íntimo. Es incómodo mostrarse tan apático siempre; la sinceridad a veces se torna un lastre social, quién lo diría.

Yo había empezado una metáfora útil para esta situación... ¡Si! Disculpa de nuevo esta verborrea, las ideas son tan escapistas como yo y tienden a la fuga masiva. El fuego cayó y arrasó con todo. Mis aspiraciones se limitaron a la inercia de lo que hago ahora, nada más. No tengo nada más porque no quiero nada. Cielo, puedo parecer contradictorio, lo sé, pero yo quiero que estés bien, no que estés conmigo. Hablo, como diría Scott Fitzgerald, con la autoridad que me da el fracaso. ¡Ya no quiero que arda todo!

No tengo rabia, solo pena. Sigo sin entender por qué todo esto, por qué esta limitación, por qué mi incapacidad, por qué mi máscara, mi sonrisa falsa, mi lágrima de medianoche... Entiendo el terror hacia mí, entiendo el abandono, entiendo la lástima. Pero todo va a seguir igual. ¿No?

sábado, 18 de enero de 2020

Onírica la sed

Guárdame amor, del frío guárdame. Me llegan vientos helados de donde nacen los monstruos, pero no alcanzo a ver la pena en sus caras.Tengo los pies congelados y me duelen las manos hundidas en mi pecho. Guárdame amor, tú que tienes mi cuerpo en una bandeja de cristal. Yo te escondo las palabras porque tengo miedo a saberme imposible entre tus brazos. Si me buscas te las daré, serán todas solo tuyas. Si me buscas dímelo, porque tengo miedo a saberme imposible. Un reloj se ha roto en mi boca de tanto esperar. Ven y roza tus dedos con mis labios. Hazme un sitio en tu regazo, vamos a dormir.


Mas las ventanas no aparecen, o no soy capaz
de hallarlas, y tal vez mejor que no lo haga jamás.