domingo, 23 de diciembre de 2018

"A mí porque nadie", Paz para el Tibet

Ya te has rendido. Es algo que sé desde hace demasiado tiempo ya. El tiempo... ¿Y de qué sirve tanto tiempo si no lo tengo? Lo estoy perdiendo todo. Siempre creí que la libertad era precisamente esto: ser capaz de elegir no hacer. Ahora, después de todo, la realidad es que no soy. Es inútil seguir escribiéndole cartas a mi conciencia para tratar de calmarla. Dormir sigue costando tanto... Soñar duele porque el sol me despierta incluso cuando se esconde. Vivir duele porque estoy muriendo. Es esta ─os quiero presentar─ la agonía más larga de la historia.

Siento de veras el desequilibrio en cada oración que me dedico, no es mi intención hacer de lo que escribo un vaivén de perspectivas y emociones, pero es tan triste y sostenido que río de impotencia. Pensaba extenderme más, aclarar estas ideas. No es necesario. Siguen siendo las mismas que las de estos maravillosos últimos años de asfixia y desesperación. De todos modos, voy perfeccionando la técnica. Como ya habrás notado, ahora soy un gran actor. Sé pasar desapercibido.

Nadie ve los ojos tristes en mis ojos del día a día.
Nadie escucha mi voz rota e insegura en mi voz decidida.
Nadie siente mi llanto en mi risa.

Empiezo a pensar que es más real lo que no se ve. No te fíes de lo que se presenta como cierto delante de ti; probablemente estén engañando a todo el personal del teatro, desde la mujer que sonríe hasta el director que lo ordena. Todo es falso. Todo es falso.

Ahora mírame: yo también sonrío y bebo y hablo. Yo también estudio, yo también tengo una vida que no sé tener. Y absolutamente nadie lo sabe, y cuando mejor estoy es cuando yo tampoco lo sé. Estúpido afortunado.

Nunca fui alguien inteligente ni audaz, ni ágil ni astuto. Tan solo planteaba preguntas.

¿Quiénes sois?
¿Por qué hacéis eso?
¿Qué hago aquí?

¿Por qué no puedo ser como vosotros? Que nadie responda ─aunque esté vacía toda esta sala─, no me interesa buscar atajos. Suena un blues, pero no hay bar ni voz. Ella me contó el secreto del saxo. 

Ya te has rendido. Eres una contradicción andante y preciosa. Sí, tú, con esos ojitos azules que guardan toda la pena del mundo: Quieres el abrazo cuando en realidad no lo quieres. Quieres el beso pero no lo quieres. Parece que en todo este tiempo has aprendido a amar:

Ahora quieres pero no a ti. Ahora quieres pero no a tu lado.

Lo tendréis todo. Vosotros lo tendréis todo porque es para vosotros el mundo de artificio que habitamos.

¿A qué espero? Esa es la única pregunta. Llegará un momento en que lo tenga todo, porque todo estará en mi mano. Nada será eterno, excepto el final. Todo es falso. Todo es falso. Nadie escucha ya, te has rendido. Tú te has rendido. Ojitos azules, ya no luchas más. Nunca lo hiciste. Nunca lo hice. Excepto el final, nada será eterno. Dejadme solo, será fácil de cumplir. Será sencillo. Todo. Falso.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Actor secundario en secuencia de terror

Llegué a pensar que podría vivir así. Ser inocuo, no doler, esa era la intención. Creí que de ese modo era posible ser, vivir... Pero, ¿qué vida? Soy un gran actor, lo sé porque nadie se da cuenta de la penumbra que guardan mis ojos. Un gran actor secundario, me atrevería a decir. Si se me permite un inciso, para ser más exacto creo que el perfil es de extra más que de actor secundario. Un actor secundario es imprescindible para darle sentido a la escena. Un extra podría desaparecer y pasar totalmente desapercibido en el relato.

¿Qué habrá sido de él...? Estará bien. Sus amigos ─como dice ahora el anuncio institucional─ volverán a reír, como si no hubiera pasado absolutamente nada...

Y, en cierto modo, no habría pasado absolutamente nada. Solo faltará mi plato en la mesa donde como todos los días. Aunque nadie sabe donde estará esa mesa en diez años. Ni siquiera si compartiré mesa con algún familiar en esos diez teóricos años. A fin de cuentas, qué sabrá la soledad de compartir y de ausencias...

Pero volviendo a la idea principal, actor secundario suena más poético, aunque se ajuste menos a la realidad. Hasta hace poco, entendí el miedo como incertidumbre. Y es así el miedo más común, el más banal... Ahora entiendo una frase que leí en El caminante y su sombra, creo recordar. Decía algo así:
No es la duda, sino la certeza lo que vuelve loco a un hombre. 
 Tener como filosofía de vida el ser asceta, inocuo para el resto, tal vez ─quién sabe─ llegar a ser cuidador de oficio... Todo ello parecía una buena idea, un gran proyecto de futuro, sin caer en la cuenta que, mientras pasaba desapercibido y evitaba dolor al resto, era yo mismo quien se desintegraba. Ahora entiendo perfectamente qué es el miedo. El miedo es conocer con exactitud el final, que nada cambie en esta secuencia.

Lo escribo porque nadie podrá escucharlo. Nadie quiere escucharlo, de hecho. Y de querer hacerlo, entraría en conflicto mi máxima de evitar todo sufrimiento al otro. Hay personas buenas que ofrecen sus oídos, pero que ignoran este grito mudo de auxilio, esta voz rota, esta lágrima guardada en un frasco de sal, esta carta. Paradme los pies si algún día voy en serio, porque no interesará y actuaré en vano por y para nadie. Solo yo me curo y cuido a mí mismo en esta soledad. Más allá del oscuro cuarto, de la sombra que soy, actúo. Y soy un gran actor, insisto.

Puedo aparentar que todo va bien,
pero a estas alturas del relato
con que lo parezca
me basta.