lunes, 10 de junio de 2019

Volcán

Voy a contarte un cuento. Puede que también me lo invente, no voy a mentirte.

Vivo en una pequeña isla donde guardo enterrado un baúl lleno de tesoros maravillosos. En él hay recuerdos de una infancia llena de amor y libertad, atada a una cuerda temporal cuyo extremo está unido a los dedos que ahora mismo besan con agilidad unas letras blancas sobre fondo negro. Perdón. ¿Por dónde iba? ¡Ah! Sí, sí, es cierto. Como decía, hubo un tiempo en que yo era como un pájaro firme y ligero. Era como la seda sobre un mundo áspero y arenoso. Yo era fuerte y libre, era quien quería ser, y estaba completamente seguro de ello. Me daba igual no ser el mejor, porque era yo, y con eso bastaba, lo consideraba suficiente. Luego dejé que las corrientes marinas me hicieran resultado de su tozuda manera de mover las cosas, y acabé dejándome llevar, tanto que caí en la cuenta demasiado tarde de que los pájaros de seda y cristal no saben vivir debajo del agua.

Por suerte no acabó todo ahí. Fui a parar a una isla desierta (¡de la que hablaba al principio!), nadie pasa por aquí, y si lo hacen, suelo esconderme o disfrazarme de algún animal autóctono. Nunca pensé que un lugar tan pequeño pudiera sentirlo como algo extremadamente grande para mí. A veces desentierro el baúl, cierro los ojos, pienso cómo sonreía... Sé que hubo un tiempo en que todo iba bien, un tiempo donde mi hogar no era una isla y quien pasaba por delante solía quedarse a charlar un rato. Ahora mismo no es así. Si alguien habla conmigo, puedo contarle infinidad de cosas sobre naufragios, cartas desesperadas en botellas de cristal, incluso algunas historias tristes que he inventado aquí durante mis ratos libres. No les puedo hablar del bello paisaje porque no lo veo así, aunque no les voy a mirar mal si veo que disfrutan contemplando el ir y venir del mar hasta la tierra. Ya no.

Sé que las cosas han cambiado mucho desde que aquel chiquitín jugaba a levantar castillos e imperios de arena mojada, o achinaba los ojitos mirando al cielo mientras llovía para ver de dónde caía el agua, o se iba a dormir queriendo con muchas muchas ganas que llegase el día siguiente para llevar a cabo su próxima ocurrencia, jugar con sus amigos o ver a esa chica a la que nunca nunca le llegó a hablar. Hoy para nada es así. Es cierto que ya he aprendido a que mi islita no le haga daño a nadie ─aunque ojalá nunca nadie hubiera sufrido por esta suerte mía─, y también es verdad que estoy esperando a que se vaya esta bruma. Estoy deseando poder sonreír al sol, pero antes deben cambiar cosas que no dependen del todo de mí ni de nadie.

Llevo mucho tiempo aburrido de este lugar. Me lo conozco al dedillo y me basta con ver las primeras nubes para saber cómo irán los próximos días. A veces preludiar una catástrofe reduce los impactos. Lo que me preocupa es que, desde que estoy por aquí, hay un volcán que parece guardar toda la rabia y desesperación del mundo. Me parece cruel y triste. A veces me asusta y me siento como ese niño que fui. Creo que puede terminar conmigo. Cierro los ojos cuando el suelo cruje. Aprieto los dientes y tengo ganas de llorar. Vuelvo a repetir lo de siempre: Ya vendrán tiempos mejores. Ya vendrán para dejar atrás tantos años.




¿Sabes lo que te pasa? 
Que eres un infeliz 
y nunca 
vas a ser feliz 
con nadie.