miércoles, 19 de febrero de 2020

Insalvable

Todo eran simulacros. Es una forma sutil para excusarse de un pasado que no termina nunca de salir bien. Salgo del mar dando pasos lentos y dejo caer al suelo una bata mojada y presa de la sal. Ahora intento al menos que el próximo simulacro sea algo más sólido que los anteriores. Siempre prometo lo mismo.

Voy a construir la casa donde estaré para toda la vida, dice mi voz interpretando la triste canción al tiempo que unos dedos algo sangrientos e inflamados estrangulan los acordes originales. Asimilo el papel, inconscientemente asumo la animalización de una bestia triste y solitaria: dejo salir al verdadero Guillermo, al marginado y tarado que se esconde de todo porque nada puede. ¡Sí! Es cierto, puedo también interpretar un papel y fingir que todo va como deberían ir las cosas a ojos de cualquiera, pero no es tan sencillo. Finjo, es cierto, pero este papel se quemará del todo algún día, porque lo sujeto con unas manos que son fuego y vacío a presión negativa, como si guardase entre mis dedos un secreto del sol y toda su fuerza estuviera escondida bajo mi piel. Tócame y verás que arde todo.

¡Voy a construir la casa! ¿Has escuchado esto? Sí, mi voz ha tenido que parar de la vergüenza. ¡Construir! ¡Una casa! ¿Qué hogar, qué casa, qué construcción? Si yo soy ruina, si yo soy el polvo de preciosos intentos por hacer un lugar habitable y acogedor hechos añicos, derruidos en la todopoderosa realidad de mis precipicios. Hace un tiempo pensé que quizás el problema estaba en mi incapacidad para salvar esos vacíos, que yo, si cambiaba de algún modo magistral, sería capaz de saltar los grandes huecos que me separan del mundo. A veces caigo de nuevo en esta pequeña dosis de fe, pero tardo poco en darme cuenta: yo soy el vacío insalvable. Insalvable, qué hermosa palabra...

No sé por qué no desisto. Puede que me ate al mundo lo extraordinariamente humano que hay en mí. Humano, demasiado humano, es sin duda de una tremenda bondad. ¿Soy un niño puro y asfixiado por esta prisa? No, eso no explica la angustia, pero quizás sí la soledad. Si dejo a un lado la máscara los ojos del otro me miran con tristeza y condescendencia. Nadie quiere compartir techo con la pena, el mundo hoy solo quiere lo positivo y su placer aparente, hasta tal punto que son capaces de ignorar una lágrima, unos ojos tristes, una ausencia. Estamos solos. Partiendo de esto, no tiene sentido construir una casa. Moriré a la intemperie y nadie lo sabrá.



"No reconozco a nadie y sin embargo
cuando pienso que eran rostros que ayer
eran toda mi vida
sé que ya no estoy
y que no quiero mirar la pared
nunca más en la vida."