martes, 3 de enero de 2023

La parábola del tonto

Apenas te leo una vez, pero es que no es otoño, amor, es invierno. Estaba tocando con los cuatro acordes tontos que sé una canción en el sótano de mi casa, de uno de esos grupos que te resultaban raros, y aunque en el fondo creo que siempre he sabido que vivíamos en un videoclip suyo, hoy lo he sentido un poquito más fuerte. Estamos dando vueltas en círculos y el frío hace todo tan denso que no podemos ver nada. ¿Estoy pisando yo sobre tus huellas o eres tú quien va tras de mí? No sé qué persigues, si es que puedes perseguir algo más que un anhelo. Un anhelo de un anhelo, si de verdad es que no había nada. Maullamos, nos vestimos inocentes, paseamos ciudades como fantasmas. 

Te leo una vez en la entreplanta de un hospital. Vivo aquí rodeado de pérdida. Nace una armonía, no sé de dónde, pero provoca una tristeza extraña, como si fuera consciente –de nuevo– del trocito de mí que ya no tengo, que ahora viaja contigo, supongo, desde hace tanto tiempo. 

¿Qué te guardas ahí? ¿Qué escondes en tus manos de niña de nieve? Yo he sido obediente y cumplidor, un auténtico escapista de éxito. Tan solo me paseo a leerte una vez al mes, no sé si como el que limpia el polvo de una foto en la que alguien sonríe, como el que oculta una foto en su cartera, o como el que ya no quiere una cámara instantánea porque no tiene fotos que guardar. 

Tengo un quejido dentro que grita y me dice idiota. Por muchos motivos podría ser, lo sabes, pero me lo dice y me lo argumenta y lo rumio algunas noches y hoy, de vacaciones y antes de una reunión a las ocho de la tarde, lo interpreto, lo traduzco, le doy forma. Tengo un quejido dentro que me dice, lo peor es que los dos podríais estar muertos. Y no lo reflexiono más.  





Maldita nieve de este largo enero,

nos cubre el hielo de un silencio aterrador.