martes, 18 de mayo de 2021

No hay más

Me asfixia. 

Quería escribir algo que lo explicase, pero no puedo. No sin repetirme, quiero decir. Aun así lo haré. Voy a repetirme, voy a escribir lo mismo de siempre, voy a mirar a los mismos ojos de siempre. Estoy triste cansado agotado exhausto acabado. Soy un cuerpo vacío lleno de nada y esta nada duele y angustia y quema pero es una quemadura por frío, por inacción, es una quemadura que nace de la muerte, del no tener nada, del equilibrio del mundo y estar yo en la balanza de las cosas que por dentro son el desastre y que por fuera pasan desapercibidas. 

¡Mírame! Grito.

Estoy perdiendo. Todo, todo, todo. Miro al espejo —es un tópico, lo sé, lo sé, me vuelvo a repetir— y no están esos ojos. Mi rostro. Cansado, decrépito. Puedo ver mi corazón; energía muerta, gasto innecesario, largo tiempo perdido. Estoy perdiendo todo: la capacidad de escribir, de pensar, las ganas, el aire. ¡La vida! Ay. Vivir. ¡Quién pudiera! Grito. No mires, no mires. La pena es algo a lo que no se debe mirar demasiado. Se cae. Uno se cae dentro. No sale. Digo lo contrario, lo sé. Lo sé, lo sé todo. Miento. Vas a ponerte mejor, de esta saldrás. Sí. No. No. No salimos. Vivimos atados al mástil de una identidad rota, enferma, patológica. Yo no soy esto, una mil veces repetiré la mentira: yo no soy esto, yo no soy esto, yo no soy esto. 

Entonces, ¿qué?

¡Mírame! Yo soy barro soy ceniza soy sangre desperdiciada, vida que no se mueve, muerte que se disfraza cada día. Esta falta de sino de voluntad de un para-qué-todo-esto. ¡Yo! Anti-vida, más que muerte. La muerte es paz si es el final de este dolor. Abrazo mi cuerpo. Atrapados, nos queda demasiado tiempo sangrando. Me duele. No me mires, por favor. Si no lo entiendes no me mires.



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Tengo que cuidarme. Es una prescripción médica. 


—Priorízate, Guillermo.

Ya. No. Priorizarme es dejarme caer. Si me hago caso me suelto de los clavos a los que me agarro. Mi rutina es una excusa sin final. Y eso mata lento. Lento.

—Tienes que descansar, Guillermo.

Sí. Imposible. Si no, ¿qué? ¿Abrazo este cáliz que se acerca? Con veneno, con un volumen infinito del veneno más letal que existe: esta falta absoluta de motivación, de refuerzo, de ganas.

—Vamos a subir la medicación.

Comprensible. Hemos agotado demasiadas puertas. Mi espíritu está caquéctico. Nada bueno se mueve aquí adentro. En mi cabeza. Mi desgraciada cabeza, mi desgraciado desorden. Mis realidades afectivas, mis carencias, mis carencias, mis carencias. Mi anormalidad.

—Te veo peor.

Cada día la cubierta se rompe un poco más, un poco más, un poco más. Tengo miedo. ¿Cuándo? ¿Cuándo el colapso? No sé, no sé. Parece que siempre. Parece que siempre estoy al borde. Parece que paseo por el acantilado cada mañana. Que escupo el café. Que degluto. Degluto. Degluto. Y un día más. Y un día menos. Y una angustia más, un dolor más, una grieta más. 


Mala suerte. No hay más. No hay más.