domingo, 4 de julio de 2021

El luto propio

 —Y, bueno, Guillermo... Porque, ¿cuál es el origen de todo esto? ¿Cuándo empiezas a notar esto?

A posteriori me sorprendió que esa pregunta saliera tan tarde. Quizás fuera así por la urgencia de otros asuntos, o por la máscara, o por la evidencia de que la respuesta posiblemente no importase mucho.

—A tener consciencia de esto, o, mejor dicho, de las dimensiones de esto, hace unos seis años. Tal vez cinco. Pero llevaba ya tiempo aquí dentro, el cambio en realidad fue antes. Lo sé ahora echando la vista atrás. Al principio lo canalizaba proyectando asco o rechazo hacia los demás, lo merecieran o no. Ese malestar que no identificaba del todo lo gestionaba así. Estaba mal, pero tenía energía suficiente como para revolverme contra el mundo. En esa gestión violenta y explosiva he tratado mal a personas que no lo merecían, que me querían. A pocas, porque siempre he tendido al aislamiento y a la soledad. El caso es que esas mismas personas me trataron de abrir los ojos. Guille, tú no estás bien, me decían. Yo lo negaba. Se lo negaba a mis padres, se lo negaba a mi pareja. Y me lo creía. Le echaba la culpa al mundo; vivimos en una realidad tan cruel que es normal estar mal, que lo raro sería precisamente estar bien, disfrutar esta vida tan injusta y tan a rebosar de penas y angustias. En fin. Es cierto, el mundo es un desastre depresógeno, pero yo "no estaba mal", me veía más cuerdo y racional que nadie. Luego me quedé sin fuerzas. Me dejé caer. Aquello fue en Madrid. Fui consciente entonces de que sí, de que estaba mal, de que no me quedaba energía, y me limité a ser, como un trapo. 

—¿Identificas algún cambio vital importante que pudiera desencadenarlo?

Demasiados, pensé. 

—Coincidió con... Bueno, el irme a Madrid de hecho fue una huida hacia adelante, dejando todo atrás desordenado. Como cuando en las películas la policía llega a la casa del malo y se encuentran que no hay nadie, pero el café está todavía caliente. Algo parecido. Yo tenía antes un plan de vida que no pudo ser, así que aposté por algo completamente distinto. A priori parecía una buena idea, pero no tenía plan B. Ni entonces, ni antes. Ni ahora tampoco. Podría decirse que sigo en esa huida hacia adelante.

—Entiendo. ¿Consideras que estás igual, mejor o peor que entonces?

Matices, matices, matices... Ay, ¡qué difícil la rotundidad!

—Mejor, diría. Pero no sustancialmente. Sigo siendo un trapo que existe. Un trapo funcional, porque hago cosas, porque a ojos de los otros puedo parecer normal, sano. Sí. Pero sigo en la misma angustia y depresión de entonces. Desde hace, eso, unos seis años.

La mascarilla neutraliza más aún mi expresión. Suele haber una disonancia extrema entre lo que expreso y cómo lo expreso. Soy un muerto diciendo que ha muerto, y nadie puede imaginárselo. Disonancias, disonancias. Vi su mirada puesta en un punto tal vez aleatorio de la mesa. Poco tiempo, parecieron segundos, pocos segundos, pero quizás no llegó ni a uno. Sensación típica de cuando uno acaba de abrir una herida mortal, aunque sea lenta, lenta, lenta.

—Es que, ¿sabes a qué me suena? Parece que estás hablando de un duelo. Primero ira, luego negación, más tarde depresión... Lo normal sería avanzar hacia una fase de aceptación, pero no la alcanzas. Estás haciendo el duelo de ti mismo, de la vida que tenías planeada, pero esa vida ya no la puedes tener. Ese Guillermo está muerto.

A partir de esa respuesta me quedé sin palabras. Como un muerto que guarda su propio luto. Ese Guillermo muerto soy yo. Más adelante en la sesión me dijo que debía reconstruirme, convertirme en quien quiero ser. ¡Ay! Yo, que no quiero ser. Mis poemas lo dicen todo al hablar de la ceniza, de la herida que soy. 

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Quizás acertó de lleno con el diagnóstico —¿o metáfora?—, he estado dándole vueltas. Esta idea de un yo que ha muerto necesita del antecedente histórico de saber cómo era antes: risueño, inocente, curioso, feliz. Adulto precoz, infancia imposible. Se torció, y murió. Ahora soy esto que conozco desde hace unos seis años pero que en realidad tiene más tiempo. Tengo seis años de muerte y otros tantos de agonía, de gestación de esta muerte. Sin embargo mi consciencia permanece. ¡Yo! ¿Quién? ¿El muerto? ¿El que está por construir? Soy ceniza, un fantasma, un cadáver funcional. Pero estoy muerto. Y estoy guardando un luto, haciendo mi propio duelo. ¿Cómo matar a un muerto? ¿Cómo volver a nacer? Ser otro. ¿Ser otro? ¡Ay!





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