Y, si no hay cielo,
¿qué nos queda por asaltar?
Nos confundimos tanto... Estamos tan equivocados que creemos ciegamente las voces que nos llegan desde cualquier horizonte. Acumular, acumular más y más y cada vez más, hasta el punto de abandonar en un olvido infinito lo que tomaste antes de ayer entre tus manos. Nos han engañado de una manera horrible, nos han deformado, porque nacemos puros, inocentes, buenos... Eso quiero creer, eso siente el niño creador que llevo dentro, al que no le permito que suelte las riendas, al que alejo del camello que carga con los mismos lastres que los demás, y con el que dialogo para hacerle entrar en razón y entender que ya he sido suficiente león, que ya hay muchas ciudades rotas, muchos lugares abandonados por él y una eternidad de hábitos que ahora nunca, nunca más.
Y me pregunta, con la inocencia que tan valioso lo hace,
por qué el resto solo quiere consumir, comprar, poseer, gastar, acumular... personas.
Y yo, con la experiencia de haber sufrido aquellos valores, le hablo de cadenas, hambre y grilletes; le hablo de la necesidad de maquillarse para la mirada ajena, le muestro las máscaras que visten, la sonrisa que enseñan y el llanto que guardan; le digo que no es aquella la verdadera libertad, sino aprender a estar solo.
Entonces calla en la profundidad
de los ojos con los que miro.
Y no me entiende.
¡Cuando uno declara con la inocencia es que ella hace tiempo que se perdió!
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