Quiero que no me abandones
amor mío, al alba.
Es estéril toda llamada a tu atención. No brota siquiera un simulacro de interés. ¿Acaso sí? No lo sé amor mío no lo sé. Tengo un puñal de indiferencia insuficiente atravesado en la lengua, en la yema de mis dedos que sangran según los ciclos de angustia. Tú no quieres nada de esto, ¿verdad? No lo juzgo. Quien huye de una pena así debería estar exento de toda culpa. Esto no es una solicitud de asilo, ni de un salvoconducto que me guarde un ratito entre la calma de tu pecho. Esto es consecuencia del fuego. Me arden las entrañas pero el silencio y el simulacro son mi bandera. Ay, si tú supieras, compañera... Si tú supieras solo pasaría vergüenza. Cada vez nos queda menos. El mundo te espera, aunque yo siempre un poquito más que el mundo, como dijera Benedetti, pues al mundo entregas tu voluntad, y a mí la miseria que sobra del resto. La abrazo y te beso los pies cada vez que puedo. ¿No entiendes nada? Yo tampoco. Con imaginarlo a veces suele bastar. Te he soñado en mi regazo cubiertos de una lluvia constante en mitad de la noche. Fue hermoso, sí. Me arden las entrañas y no quiero que veas el fuego. No vas a pasear tus ojos por aquí, ¿cierto? Claro que no. Me queman estas palabras por dentro buscando tus oídos, necesitando una respuesta. Ojalá hubieras leído los poemas que escribí. No tienes la mínima intención, y eso me da total libertad. Estoy en plena combustión interna, pero no vas a ver el fuego, porque esto siquiera es el humo que descartas contemplar inmediatamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario