Mis certezas me colocan en el lado de los muertos. Los incómodos muertos vivientes. Solo tengo en realidad anhelo de mí. Los muertos no aman. ¿Qué dar? Nada tenemos. Un suspiro de cosas buenas. Polvo de lo correcto. Intenciones que en nada quedan —estoy cansado—. Me pesa la verdad, me arrastra al subsuelo. No puedo, pero aquí sigo. Maldito estafador existencial, ¿eh? ¡Quita de en medio! ¡Algunos queremos vivir! No, no, nadie me ve la pena.
Yo: agotado, triste, hastiado, enfermo, estable en el hundimiento, sin nada de placer, sin nada de futuro, citado cada seis meses. Yo solo quiero fundirme con la tierra para siempre. Estoy cansado de intentarlo. Yo no pedí esto. Ni el ser, ni el no poder.
Irme, deshabitar la ruina de mi cuerpo. Qué fantasía. Federico, no hay misterio, solo pesadumbre, constante pesadumbre, y no se va. Y me cansa estar siempre tan cansado, y tanto peso, y tanta angustia sin saber por qué.
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