jueves, 31 de diciembre de 2020

Tormenta breve descriptiva y autolimitada de casi medianoche

No entiendo por qué tenemos que fingir, mal, que todo está siendo como se espera. ¿Como espera quién? La mirada de lo correcto me maltrata. Me dice "entra en escena" al tiempo que se burla por la obvia imposibilidad de interpretar correctamente este papel. Es obvio, es obvio que hay ciertas cosas que yo no puedo, y estas circunstancias del calendario vienen cíclicamente a recordarme mi peculiar disfuncionalidad social y afectiva. ¡Qué remedio! Sigue el show pero ya dejo caer esta pena; no hay nadie alrededor a quién manchar más de mierda. El espectáculo debe continuar, pero poco a poco estoy entrando en una fase en la que la interpretación se hace cada vez menos exigente. Sí, ya lo saben todos: soy un triste niño roto, vacío y agotado. Es liberador no tener que ocultarse activamente —para ser invisible hoy me basta con ser yo sin más, ya no requiere gran esfuerzo—. 

Con el año nuevo viene una idea falsa de que algo realmente nuevo llega. Me falta tanto de todo... Sobre todo ganas. No tengo ganas de nada, no tengo motivación por nada, todo se ha acabado ya. Y esto me lleva a declarar la segunda gran ausencia: no tengo esperanza ya por nada en mí. Nada puede cambiar a mejor, nada puede arreglarse. Algo tan roto, tan gastado y ruinoso no se puede restaurar. 2021, 2020 o 2017 es que da exactamente igual. Está todo igual de perdido. No tengo ganas de llorar. Me duele el cuerpo y no puedo dormir. Me aíslo, me oculto, me escondo de todo y de todos. No puedo construir nada. Soy un náufrago muerto arrastrado por la corriente. Acabar la carrera inscribirse en la bolsa trabajar seguir estudiando especializarse en algo que no sirve para nada seguir trabajando salir de aquí terminar con todo no tengo ganas de seguir escribiendo. Estoy triste. Como siempre. Como todos los años, en cualquier momento. Está perdido. He perdido. Es humillante. 

viernes, 18 de diciembre de 2020

Sobrevivir

Yo quiero ser libre. No un luchador, no un superviviente. Quiero que deje de dolerme todo. Quiero poder dejar de fingir, de dar esperanzas a sabiendas de que son mentira, de ver en cada intento fallido de muerte una pena acumulada, una frustración por no poder dejar de ser. Estoy harto de las palabras vacías, de los eres un luchador cuando no lucho sino que me dejo caer en esta corriente de nimia vida incesante, de costumbres bárbaras y capitalistas, de ser parte de la espiral del consumo en la cadena de mantenimiento de consumidores y obreros y toda esa morralla marxista que sí, es cierto, es certero y científico, pero es que no estoy para eso, no ya no ya no puedo más. 

Pienso en la libertad y qué diablos es sino el poder vivir sin esta constante angustia. No estoy luchando estoy sufriendo. No lucha el niño que muere ahogado en el mar, no lucha la luna menguando y creciendo periódicamente. Tengo en los párpados escritas mis últimas palabras: una sentencia de pena se ha resuelto por fin a favor de la calma que brinda la muerte. 

No quiero sobrevivir si es esta la vida que me espera. Necesito quitarme esta máscara y respirar. Cuando puedo cojo bocanadas de aire, cuando puedo pero cada vez puedo menos, y eso es menos aire, y eso es más cerca la muerte pero nunca llega a tocarme, no acaricia con la ligereza de sus dedos la punta de mi nariz, no clava su guadaña en mis hombros y me lleva al silencio, a la paz. Se acerca pero no termina nunca de llegar, y me embelesa con promesas de calma y levedad, y me convence. Y me convence. 




La noche soy y hemos perdido.
 
Así hablo yo, cobardes.
 
La noche ha caído y ya se ha pensado en todo.



sábado, 24 de octubre de 2020

La burbuja

Es complicado describir el fenómeno. ¿Una burbuja? Puede ser, sí. Puede ser una burbuja. Millones de burbujas en realidad, tantas como desgraciados vivimos en ellas. "Burbuja" parece un término amable, proteccionista incluso si me apuras, pero nada de eso. La burbuja es una manifestación violenta y sibilina, el discretísimo resultado de los mecanismos que se desarrollan bajo esta condena. Es una forma de contención, es una limitación. Limitación, esa es la palabra exacta. Somos unos desgraciados, limitados por la mala suerte de sentir el mundo como lo sentimos, de experimentar de este modo tan desagradable la vida. Estamos rodeados, contenidos, por una burbuja que tiene al milímetro nuestra forma. Es importante recordar que esto es algo ajeno, ¿sí? No soy mi burbuja, no eres tu burbuja, aunque cada una nos limite, nos someta y nos extenúe de una forma tan tristemente particular que parezcamos uno con ella. Pero no, esta sincronía es la del parásito, la de la mancha tóxica que impregna la vida y se amolda a la perfección a cada uno de nuestros contornos. Lo jodido es que con el tiempo acaba echando raíces y te cambia, te consume hasta hacer de ti una enorme mancha inerte: de fuera hacia adentro, la burbuja te come, roba tu energía, te quita brillo y luz. Ah, te has dado cuenta, ¿verdad? Ya no sonríes igual, ya no miras el cielo igual, ya no tantas cosas, ya no ya no, y eso es la mancha, la burbuja. Unas veces se gana y otras se pierde. Ojalá no hubiera burbujas que se hacen tan resistentes y fuertes como la mía. Es opaca. Yo me disfrazo para ocultar el oscuro mate de mi superficie. ¿No lo consigo? Es cierto, hace mucho que no lo consigo, mírame los ojos, ¿ves? Ya, es por eso que ya no vivo ni quiero hacerlo. Es limitante, ya lo he dicho. Te anula como persona porque no te deja ser libre. Cadenas por todos lados, estamos atados a la tristeza por la burbuja que nos separa del mundo, presos de su oscuridad. No somos libres si tenemos encima esta enorme nube densa todos los días. ¿Cómo vivir así? Yo no amo, no porque no sienta, sino porque no puedo permitírmelo. ¿Imaginas? Sería un disfraz constante. Nadie ama a una sombra encerradita en una burbuja. Lástima, sí, o algún resquicio de selección natural, huida del desastre, a saber. Yo no quiero compartir con nadie esta bruma, se hace irrespirable vivir conmigo. Pero amo y es frustrante no poder habitar el mundo de lo amado. No poder.

La burbuja es transparente, discreta. Uno tarda en darse cuenta de ella. Es terrible cuando ves el mundo desde la burbuja y entiendes que estás separado de todo, y que esa separatidad es insalvable. Dentro de ti hay entonces un intento de arder, de quemarlo todo, pero la burbuja es hermética. No puede combustionar nada aquí adentro. No hay energía para arder. Solo queda esperar que poquito a poco se apague lo de adentro, y lo de afuera nos devore del todo. Sus raíces las noto ya en mí. En el estómago, en el corazón, en los huesos... Todo está débil y en un constante al límite. 




miércoles, 14 de octubre de 2020

MIE

Madrugo lo justo como para no cuestionar mis actos. El tiempo está medido. Vestirme por inercia pero con cuidado, aunque apenas vaya a usar esa ropa un par de horas en todo el día; después llevaré un pijama ajeno que ha pasado ya por miles de cuerpos y miles de procesos de desinfección, planchado y distribución aleatoria. Me visto como persona, decía. Menos especial que antes. El vestuario es ahora un disfraz con el que transicionar a través del mundo. Pasar desapercibido es una tarea demasiado sencilla, y eso a veces me molesta. Café. Dos tercios de agua en la taza roja de siempre, un minuto en el microondas, una cucharadita de café, una cucharadita de azúcar, remover, sentarse. El silencio que provoca el descanso del motor de la nevera me hace pensarme. Primer juicio de realidad del día: yo existo sin quererlo. El café quema. Enciendo la televisión, canal 24h, deseo ver el desastre del mundo y no lo deseo al mismo tiempo. Ruido, tal vez solo busco eso, ruido. Pellizco mis dedos, los unos con los otros. Las pastillas. Saco la que está donde pone MIE en el blíster. Todas son iguales pero así al menos finjo cierto control sobre mis decisiones. Doy un sorbo de la taza roja. El tiempo ha pasado deprisa, pienso, o acaso mis manos frías se han llevado parte del calor. Pastilla, café, deglución, café, deglución, mirada perdida sobre la mesa. Cojo las llaves, salgo del sitio donde vivo y llego al hospital. Subo las cinco plantas andando. Nadie usa las escaleras y eso tiene ventajas. Fuera ropa de persona, dentro pijama institucional. Entro en la consulta, menciono  nombres, van pasando. No tome sal. Levántese la camisa. Súbase a la báscula. Respire hondo. No, los diuréticos son para orinar. Está bien que pasee tanto. No, no soy doctor. ¿Ha tenido dolor en el pecho? Recuerde que debería vacunarse. Ficho a la salida, llego a casa y cocino algo rápido. Me siento tan vacío. Estoy perdido, muy perdido. ¿Y mi sitio? No logro verlo. Estoy cansado, ya lo sabes. Creo que no puedo más pero continúo en este no-lugar. Simplemente existo. Esto es la nada, y en la nada no se puede habitar. Ceno un yogurt. Un vaso de agua fría. Pastillas. Busco el respectivo MIE en el blíster de otra caja. Fingir control. Entro en mi habitación y aterrizo en la cama. Con suerte leo algunos poemas. Luego decido irme a dormir. ¿Pastillas? Último juicio del día.




No recuerdo
una anti-historia mejor.



domingo, 6 de septiembre de 2020

Yo cansado

Y entonces dios escupió a mis pies y dijo «será la insatisfacción tu bandera». Estoy cansado. No sé si es que nada es suficiente o es que todo es demasiado para mí. No sé si mi cuerpo está enfermo y me asfixia un aire tan puro, o es que toda la atmósfera está demasiado contaminada ya. ¡Ay! ¿Por qué lo planteo como duda? Yo sé la respuesta, pero me saboteo recitando a Lorca: Solo el misterio nos hace vivir. Solo el misterio. ¡Ay! ¡Ay! Ay. 

Mis certezas me colocan en el lado de los muertos. Los incómodos muertos vivientes. Solo tengo en realidad anhelo de mí. Los muertos no aman. ¿Qué dar? Nada tenemos. Un suspiro de cosas buenas. Polvo de lo correcto. Intenciones que en nada quedan —estoy cansado—. Me pesa la verdad, me arrastra al subsuelo. No puedo, pero aquí sigo. Maldito estafador existencial, ¿eh? ¡Quita de en medio! ¡Algunos queremos vivir! No, no, nadie me ve la pena. 

Yo: agotado, triste, hastiado, enfermo, estable en el hundimiento, sin nada de placer, sin nada de futuro, citado cada seis meses. Yo solo quiero fundirme con la tierra para siempre. Estoy cansado de intentarlo. Yo no pedí esto. Ni el ser, ni el no poder. 

Irme, deshabitar la ruina de mi cuerpo. Qué fantasía. Federico, no hay misterio, solo pesadumbre, constante pesadumbre, y no se va. Y me cansa estar siempre tan cansado, y tanto peso, y tanta angustia sin saber por qué. 



domingo, 5 de julio de 2020

Aute te canta

Quiero que no me abandones
amor mío, al alba.

Es estéril toda llamada a tu atención. No brota siquiera un simulacro de interés. ¿Acaso sí? No lo sé amor mío no lo sé. Tengo un puñal de indiferencia insuficiente atravesado en la lengua, en la yema de mis dedos que sangran según los ciclos de angustia. Tú no quieres nada de esto, ¿verdad? No lo juzgo. Quien huye de una pena así debería estar exento de toda culpa. Esto no es una solicitud de asilo, ni de un salvoconducto que me guarde un ratito entre la calma de tu pecho. Esto es consecuencia del fuego. Me arden las entrañas pero el silencio y el simulacro son mi bandera. Ay, si tú supieras, compañera... Si tú supieras solo pasaría vergüenza. Cada vez nos queda menos. El mundo te espera, aunque yo siempre un poquito más que el mundo, como dijera Benedetti, pues al mundo entregas tu voluntad, y a mí la miseria que sobra del resto. La abrazo y te beso los pies cada vez que puedo. ¿No entiendes nada? Yo tampoco. Con imaginarlo a veces suele bastar. Te he soñado en mi regazo cubiertos de una lluvia constante en mitad de la noche. Fue hermoso, sí. Me arden las entrañas y no quiero que veas el fuego. No vas a pasear tus ojos por aquí, ¿cierto? Claro que no. Me queman estas palabras por dentro buscando tus oídos, necesitando una respuesta. Ojalá hubieras leído los poemas que escribí. No tienes la mínima intención, y eso me da total libertad. Estoy en plena combustión interna, pero no vas a ver el fuego, porque esto siquiera es el humo que descartas contemplar inmediatamente.


domingo, 3 de mayo de 2020

Y no pasa nada

Voy a guardarte como un amuleto
de amor de causas justas de vida.
Soy una sombra desde el día en que nací
yo lo sé yo lo tengo presente y claudico
cuando intento ser luz al lado de tu luz.
No pasa nada;
eres me basta ya conoces el resto.

Tan solo me arrepiento de saber tarde
                 (casi siempre lo es)
que la vida iba en serio
de hablar siempre lenguas distintas
de absorber de ser sombra de no
respetar el tiempo y la distancia.
Y no pasa nada porque sé
que no he muerto.

Asumo el miedo los cortes la sangre
de tu cuerpo y el mío el sudor corrosivo
la viva imagen de lo imposible
era una paz simultánea.
No hay sitio para el perdón
donde ya no queda culpa
donde ya el recuerdo es
lo más puro que sobrevive en mí.

Quizás ya sí es tarde y no pasa nada
por mucho que retumbe aquel verso
de primavera; y de pronto la puerta
no es un error del muro o quizás sí
o quizás vemos puertas entre las grietas
o han crecido de la tierra después
de tanta tanta lluvia no lo sé.

Lo que la muerte no podrá quitarme
viste una piel como la tuya habla
la lengua que tú hablas me sujeta
igual que la idea de saber que existes.
Asumo, insisto asumo también tu diagnóstico
del desastre de los cuerpos que se atraen pero
ya no somos corpóreos, es absurdo
pensarnos como realidad.

Existimos sí
pero yo sé de eternidad
porque tú me has querido.

Lo demás da igual
y no pasa nada.



Resolución de ser feliz por encima de todo, contra todos y contra mí, de nuevo -por encima de todo, ser feliz-.

martes, 7 de abril de 2020

El hambre invisible

¿Cuál es el origen del poema? Era necesario que te cruzases en mi vida para crear todo lo que he creado, pero es muy banal pensarte como un medio. El poeta se debate entre ser un ladrón de palabras o un inepto que no entiende nada pero se cree todos los besos que le dan. En esa guerra he estado siempre, sin saberlo. Ahora tomo conciencia de todo, lo entiendo a la perfección. Todo lo que me corresponde, quiero decir. Mis dudas elementales, como una suerte de Evangelio, siguen ahí: ¿Por qué yo, si tenías todo a tu alcance? ¿Por qué te vas? ¿Por qué no te has ido? Amén. Demasiado compromiso para edades tan sedientas, dice Santi en su libro. No puedo empatizar con él porque yo no he sido un cazador de cuerpos; yo quería la paz, la calma, la seguridad. Y me llamaban criminal por ello.

Ahora lo entiendo todo, decía: yo no podía asumir todo lo que necesitaba aquel proyecto inestable, discontinuo e improvisado. No al menos con el gran desconocimiento de mí que tenía. Ahora me sé al dedillo. Por eso vivo en una trinchera infinita del mundo. Era cierto, no, Guille, no estás bien. Maldita paciencia eterna la tuya. Tuvimos que romper el tiempo para detenerla y que fueras cabal. Era cierto, no puedo ser feliz con nadie, era cierto. Ahora me conozco las esquinas que tú viste antes incluso que yo. Mirada felina y astuta. Te he escrito algunos poemas más, ya con la autoridad que me da el fracaso, como diría Fitzgerald. Aunque he encontrado otros mares, sigo viviendo en un desierto. ¿Puedo decirte que todo me sabe a poco?

Hace unas semanas leí un libro que quise recomendarte. Lo detesté, fue horrible, pero seguro que te encantaría. Un día negro en una casa de mentira. Tal vez lo quieras buscar cuando acabe este simulacro de apocalipsis occidental. Con la lucidez del tiempo pienso bastante últimamente. Lo hicimos tan mal. Y aun así te reirás: volvería a revivirlo sin dudar. Tengo hambre. Cuídate mucho. 


miércoles, 19 de febrero de 2020

Insalvable

Todo eran simulacros. Es una forma sutil para excusarse de un pasado que no termina nunca de salir bien. Salgo del mar dando pasos lentos y dejo caer al suelo una bata mojada y presa de la sal. Ahora intento al menos que el próximo simulacro sea algo más sólido que los anteriores. Siempre prometo lo mismo.

Voy a construir la casa donde estaré para toda la vida, dice mi voz interpretando la triste canción al tiempo que unos dedos algo sangrientos e inflamados estrangulan los acordes originales. Asimilo el papel, inconscientemente asumo la animalización de una bestia triste y solitaria: dejo salir al verdadero Guillermo, al marginado y tarado que se esconde de todo porque nada puede. ¡Sí! Es cierto, puedo también interpretar un papel y fingir que todo va como deberían ir las cosas a ojos de cualquiera, pero no es tan sencillo. Finjo, es cierto, pero este papel se quemará del todo algún día, porque lo sujeto con unas manos que son fuego y vacío a presión negativa, como si guardase entre mis dedos un secreto del sol y toda su fuerza estuviera escondida bajo mi piel. Tócame y verás que arde todo.

¡Voy a construir la casa! ¿Has escuchado esto? Sí, mi voz ha tenido que parar de la vergüenza. ¡Construir! ¡Una casa! ¿Qué hogar, qué casa, qué construcción? Si yo soy ruina, si yo soy el polvo de preciosos intentos por hacer un lugar habitable y acogedor hechos añicos, derruidos en la todopoderosa realidad de mis precipicios. Hace un tiempo pensé que quizás el problema estaba en mi incapacidad para salvar esos vacíos, que yo, si cambiaba de algún modo magistral, sería capaz de saltar los grandes huecos que me separan del mundo. A veces caigo de nuevo en esta pequeña dosis de fe, pero tardo poco en darme cuenta: yo soy el vacío insalvable. Insalvable, qué hermosa palabra...

No sé por qué no desisto. Puede que me ate al mundo lo extraordinariamente humano que hay en mí. Humano, demasiado humano, es sin duda de una tremenda bondad. ¿Soy un niño puro y asfixiado por esta prisa? No, eso no explica la angustia, pero quizás sí la soledad. Si dejo a un lado la máscara los ojos del otro me miran con tristeza y condescendencia. Nadie quiere compartir techo con la pena, el mundo hoy solo quiere lo positivo y su placer aparente, hasta tal punto que son capaces de ignorar una lágrima, unos ojos tristes, una ausencia. Estamos solos. Partiendo de esto, no tiene sentido construir una casa. Moriré a la intemperie y nadie lo sabrá.



"No reconozco a nadie y sin embargo
cuando pienso que eran rostros que ayer
eran toda mi vida
sé que ya no estoy
y que no quiero mirar la pared
nunca más en la vida."

domingo, 26 de enero de 2020

¿No?

Ven, acércate. No quiero que tengas miedo. Mi respuesta habría sido otra, es cierto, pero no voy a juzgarte. Necesito darte explicaciones aunque no las pidas.

No sé cuál es el origen de todo esto. Yo recuerdo una época de mi vida en la que, al preguntarme a mí mismo, me sabía feliz y tranquilo. De aquello hace ya muchos años.

Al principio vino la rabia. No entendía nada, ni tampoco quienes me querían. Aquello hizo todo mucho más frustrante. No funcionaba como se suponía que alguien de unos 15, 16 o 18 años debía funcionar. No me hacía feliz lo que debía hacerme feliz. El ocio, la fiesta, todo pasaba por mí como un trabajo, como algo que tenía que hacer, interpretando el papel de un joven normal, adaptado.

Luego dejé caer el fuego de mis manos, asfixiado de la máscara que utilizaba públicamente, y sintiéndome un demonio sucio por enseñar mi rostro real a quienes sembraban confianza en mí. Insisto, todo se volvió intransitable, toda forma de existencia era frustración. Alguna vez te lo he dicho: la vida es compartir. ¿Quién quiere compartir su vida con alguien que no quiere vivir? Disculpa, estoy siendo injusto conmigo. No es que no quiera, es que no puedo. Ese es el segundo punto. Anhedonia es un término que no termina de convencerme, pero varias personas con un diploma en la pared me lo han puesto en la frente. Puede que deba hacerles caso, o que no esté yo en la plena capacidad de decidir sobre mis etiquetas. Lo que sí puedo adjudicarme es ser un gran actor. Quizás ya te lo veías venir. O bien era un triste, o un aburrido. No, no, no te sientas mal. Coincido en el razonamiento. Es completamente lógico: tú sabes vivir, yo no. Soy todo lo extraño a ti. Eso, amor, es el único lado bueno de todo esto. ¿Te imaginas que además tuvieras tú los mismos trastornos mentales que yo? No, no... Es comprensible. No acabo de entender la respuesta, como te dije al principio, pero entiendo que te asustes, entiendo que no quieras más, entiendo que nunca quisieras. Pero a mí la honestidad me gusta llevarla bajo el disfraz, y solo desnudarme cuando estamos en un contexto algo más íntimo. Es incómodo mostrarse tan apático siempre; la sinceridad a veces se torna un lastre social, quién lo diría.

Yo había empezado una metáfora útil para esta situación... ¡Si! Disculpa de nuevo esta verborrea, las ideas son tan escapistas como yo y tienden a la fuga masiva. El fuego cayó y arrasó con todo. Mis aspiraciones se limitaron a la inercia de lo que hago ahora, nada más. No tengo nada más porque no quiero nada. Cielo, puedo parecer contradictorio, lo sé, pero yo quiero que estés bien, no que estés conmigo. Hablo, como diría Scott Fitzgerald, con la autoridad que me da el fracaso. ¡Ya no quiero que arda todo!

No tengo rabia, solo pena. Sigo sin entender por qué todo esto, por qué esta limitación, por qué mi incapacidad, por qué mi máscara, mi sonrisa falsa, mi lágrima de medianoche... Entiendo el terror hacia mí, entiendo el abandono, entiendo la lástima. Pero todo va a seguir igual. ¿No?

sábado, 18 de enero de 2020

Onírica la sed

Guárdame amor, del frío guárdame. Me llegan vientos helados de donde nacen los monstruos, pero no alcanzo a ver la pena en sus caras.Tengo los pies congelados y me duelen las manos hundidas en mi pecho. Guárdame amor, tú que tienes mi cuerpo en una bandeja de cristal. Yo te escondo las palabras porque tengo miedo a saberme imposible entre tus brazos. Si me buscas te las daré, serán todas solo tuyas. Si me buscas dímelo, porque tengo miedo a saberme imposible. Un reloj se ha roto en mi boca de tanto esperar. Ven y roza tus dedos con mis labios. Hazme un sitio en tu regazo, vamos a dormir.


Mas las ventanas no aparecen, o no soy capaz
de hallarlas, y tal vez mejor que no lo haga jamás.