miércoles, 20 de septiembre de 2017

Nada que ver | Las últimas palabras: Poesía reunida (2016-2017)


Esta antología recoge los poemas de mis dos últimos libros: "Nada que ver" y "Las últimas palabras".

El precio es de 10€ envío incluido a península y Baleares. El pago puede hacerse por transferencia bancaria, PayPal o (si es físicamente posible), en mano. Si es por una de las dos primeras vías, escribe un concepto para que sepa de quién es el pago (por ejemplo: nombre, correo electrónico, dirección...). El IBAN o la cuenta de PayPal te la paso por correo.

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sábado, 16 de septiembre de 2017

¿Ser como ellos?

A lo largo de mi vida he tenido la suerte de ir desarrollando desde bien temprano un alma estoica y apartarme de las corrientes mayoritarias a la que empuja sin escrúpulos una estructura social con intenciones muy bien definidas y limitadas. No tomar parte de los placeres artificiales que se nos ofrecen desde el momento en que empezamos a consumir, me trasladó a otro lugar desde donde hacer mío aquel prisma de crítica y distancia con lo que allí abajo, tristemente acontecía. No fueron pocas las violentas aproximaciones obligadas ─guardando siempre la digna distancia─ a ese páramo de inconscientes sin razón que solo fluyen, así que pude observar de cerca sus movimientos, sus ojos inertes, los cuerpos cansados y en un volátil movimiento prediseñado.

Todo aquello que hacían los otros les servía para llenar los vacíos internos que tiene el ser humano desde su aparición en vida. Hay quien se atreve a llamarlo "motivaciones", como si realmente hubiese una explicación lógica al ciego devenir de la mayoría. La cuestión es que la consigna dominante lleva muchos años siendo "debes ser feliz, ese es el fin de tu existencia". Pero no se quedaba ahí; aquella voz demiúrgica sentaba además las bases del camino para esa meta. No era una sola senda, el plan estaba bien fabricado. La estructura está preparada para distintos tipos de individuos. Desde el estoico que busca formar una familia, comprar una vivienda y morir poco después de pagar la hipoteca y los estudios de sus hijos, hasta el crápula cuya única meta es tener varios coches, muchas mujeres y no pensar en lo que sucederá dentro de tres días.

Hay, pues, mentiras para todos los gustos de la mano de la sólida y translúcida ─transparente para la mayoría─ estructura que nos pretende doblegar. Sin embargo, como decía, pude apartarme de ello. Era hora de romper con todo; cualquier momento es bueno para ello. Pero romper con la estructura consiste en salirse de ella. Es imposible acabar con algo tan inmenso formando constantemente parte de ello; desde la individualidad de nuestras acciones es el único lugar donde podemos dibujar un nuevo relato. Desde luego no será un relato para exhibir, no será algo que compartan otras personas, porque es, precisamente, individual; esquiva la trampa del sujeto social, rechaza las cadenas del grupo, la asfixia de la masa que engendra cientos y cientos de personas en soledad que creen estar acompañadas por notar un breve halo sobre su hombro, sin percatarse de que no es más que la pronta asfixia o continua agonía de alguien que probablemente quiera aprovecharse de su espalda.

Por ello no es de extrañar que, llegados a este punto de creación de valores, este precioso lugar en el que me visto sin los grilletes de ideas lanzadas y hundidas en lo más profundo de un ser humano, me plantee mirar, no ya hacia arriba ─la cumbre en este aspecto está alcanzada─, sino hacia un horizonte vacío. ¿Habrá algo más ahí? Algo que ya estuviera antes de yo llegar, algo real más allá de las manos ingenieras con las que construyo. Observo también bajo mis pies: ¿pude yo, en algún decadente momento, ser como ellos?

jueves, 14 de septiembre de 2017

Septiembre

Ha sido un verano peculiar cuanto menos. Sin duda, ha estado lleno de trabajo por el arte, voluntario y necesario al mismo tiempo,como no puede ser de otro modo. A comienzos de éste, imprimí un par de tiradas de "Las musas", libro del que no estoy especialmente orgulloso, tanto por la forma como por el contenido, pero me consta (y sabed que lo agradezco infinitamente) que algunas personas que suelen pasarse por aquí a echar un vistazo, querían guardarlo en sus estanterías. 

Después tuve el placer de editar con mi gran amigo Víctor Díaz una antología de su puño y letra. "Palacio de invierno". Me encargó el prólogo y con muchísimo gusto y libertad, ocupé las primeras páginas de su obra. Consiguió distribuir todos los ejemplares en menos es un mes, y ahora estamos trabajando en la segunda edición. Otra imprenta, otro formato, más poemas...

Cuando acabamos, allá a principios de julio, sentí un profundo hastío propio de los meses de verano. Tenía que hacer algo, o este sería como el resto de calurosos e inertes meses de la época estival en años anteriores. Me propuse entonces editar "Nada que ver", segunda antología. Víctor me hizo el prólogo, solicité una prueba de imprenta para valorar calidades... Surgió entonces, gracias al regreso de ese hastío cuando acabé el trabajo de edición y corrección, de publicar una antología mayor: "Nada que ver" y "Las últimas palabras". Publicar un solo libro, teniendo otro que, pese a ser distinto en forma y contenido, completan una historia, me parecía atrasar inútilmente lo que más necesitaba en ese momento: cerrar una etapa. 

No es, desde luego, una estrategia editorial común. Habría sido más "rentable" publicar primero "Nada que ver" y al tiempo "Las últimas palabras". Pero repito, no busco eso. Hasta hace apenas unos días, la edición de esa antología me ha llevado muchas horas diarias y la colaboración, con prólogos, introducción e ilustración de personas distintas que, en cierto modo, me han acompañado durante todo este publicaré algo dentro de poco respecto a la antología en sí.

Sin lugar a dudas, puedo decir que este libro me ha salvado un verano de silencio, sábanas pesadas y persianas bajadas. Ahora empieza otra nueva etapa, tanto en mi vida, como en la poesía. Espero poder tener más luz y claridad a la hora de escribir; estoy en mi hogar, me dedicaré a lo que siempre quise, podré respirar en paz... Os dejo algo que escribí a orillas del Guadalquivir durante mi estancia en la Sierra de Cazorla. En cierto modo, la idea inunda ahora todo lo que digo. O, al menos, esa es la intención. 




Escribimos para cerrar etapas
de una vida que no supimos tener.

Escribimos para ver
lo que los ojos no ven,
para encontrar bajo la tinta
las palabras que nada más
logramos entender en sueños.

Escribimos porque solo en el papel
tiene sentido
          un punto
               y final.