lunes, 11 de septiembre de 2023

La mala distribución

[10 de agosto de 2023]

Me preguntan que cómo estoy, que cómo lo llevo. Respondo que bien. Aséptico. Soy eso: aséptico. 

He visto que gira entorno a mí el miedo a perderlo todo. No penetra, no me impregna la preocupación. Tan solo dos días de vacaciones son suficientes para pararme y pensar, y concluir, y enterrarme una vez más en vida. No leo –nada introspectivo, quiero decir– desde hace dos o tres años. No contemplo en el mundo el espejo de uno mismo que es porque estoy demasiado ocupado siguiendo este camino sin rumbo. Está todo perdido, es evidente. La clave de esta nueva estrategia era, pese a todo estar perdido, seguir adelante sin más. Sin más, insisto: sin nada más. 

Vivimos en un infierno. Aquellos espacios que no son infierno están siendo devorados por el fuego. Hemos perdido y solo nos queda agonía. Y es imposible seguir adelante sin más cuando todo lo humano es sufrimiento y agonía y dolor y vacío. 

La verdad era lo único que me atraía. Conocerla, destriparla, que me destripe mientras la descubro arrasando toda aspiración. Estos últimos años solo he podido trabajar y competir. Ser un autómata. Era un modo de evitar el dolor, pero no sirve. Ya no sirve. En cuanto paro, en cuanto me detengo en este camino sin sentido, me arrasa la verdad. Me engulle, me entierra vivo en un desierto. 

Estoy cansado de que nada sea satisfactorio, de que no haya un propósito, que no haya finales erguidos por causas dignas. El mundo fuera sigue siendo un infierno. Es inhabitable. Estoy agotado. De no poder vivir. De no saber vivir. 


[11 de septiembre de 2023]

Recupero el texto. Lo anterior era un borrador, no pensaba publicarlo. Pero hoy me encuentro en el mismo punto, tal vez más profundo, más hondo. Y en la otra punta del país. Unos días más tardes de escribir los párrafos de arriba volví a darme una oportunidad. Pese a saber que no sé vivir, que no sé disfrutar, planifiqué un viaje al norte de España, pensando que quizás la naturaleza, el frío, la lluvia, me ayudasen a estar algo más en paz conmigo mismo. Nada más lejos de la realidad. 

Estoy con los pies fríos, angustiado, escribiendo. De verdad que he puesto de mi parte. Especialmente la voluntad y las horas extra para costear esto, aunque sobre todo la voluntad. Incluso me he traído para leer un manual de estoicismo de Epicteto. Suena ridículo. Lo estoy llenando de interrogaciones en rojo. ¿Cómo modificar mi pulsión o mi emoción a través de razonar que algo es natural, por triste y angustioso que resulte? ¿Cómo neutralizo esta pena? ¿Cómo le doy sentido a lo que no tiene razón de ser? Me vuelven a sangrar los dedos. 

Debo tener un recordatorio permanente de qué no hacer en el que estará incluido todo aquello que haría alguien que disfruta de la vida. Qué pérdida de tiempo, de dinero, de recursos, de energía... No tengo ninguna pasión, ningún estímulo positivo, ningún porqué. Esto quema tantísimo... Sé que me repito. Miro mis pies, helados. Miro el camino: lineal y aburrido. Todos los días son el mismo día. Encerrado en mi habitación o haciendo el mayor esfuerzo de mi vida para salir de esta bruma inhabitable. Pero es infinita, abarca todo lo que soy y lo que puedo llegar a ser. Todo está perdido, lo sé. Qué cansancio. Estoy muy cansado. Sigo vivo, seguiré vivo. Pero qué desperdicio. Qué harto de tanto sinsentido. Qué aburrimiento, qué pesadez la vida, la existencia, qué densa, qué insoportable. 




P.D. No recuerdo quién, y supongo que da igual en este contexto y a estas alturas, dijo que si la verdad destruye algo, ese algo merecía ser destruido. ¿Lo merezco?