— Ha pasado mucho tiempo, ¿cómo estás? ¿Cómo han ido esos planes?
Probablemente piense que no es para tanto. Que quizás engrandezco esta herida o veo todo más negro de lo que en realidad es. Bien. De tanto disociar, la mente se olvida de un cuerpo inexpresivo, inexperto en lo social. Bien. Mírame, estoy aquí, he venido por mi propio pie. Bien. Considero que será poco fructífera esta cita, y es por eso que la imagino y la recreo en este rinconcito de sombra. Cualquiera puede entrar. Bien. Dilo. Vamos.
— Bien. Bueno, estoy aquí, así que bien no es un estado lógico. No he mirado demasiado las cuchillas de afeitar.
Bien. Es cierto, bien, no las has mirado. No las he mirado. Hace algunos años que pienso en la elegancia. Solo se muere una vez. ¿Sí? No lo creo. He muerto decenas de veces. Cada vez que vengo aquí es porque alguna vez creí que no quedaban vidas por arrebatarme, pero siempre miente la sensación de final. O siempre es el mismo final. Y siempre es la misma muerte, la misma vida arrebatada. Estoy cansado.
— Los planes. Hablamos de seguir trabajando las cosas que te hacían bien, ¿recuerdas?
Ah. Sí, mis objetivos a corto y medio plazo, ya. Los alcanzo, los alcanzo todos. ¿Y qué? Espero de ellos un mínimo de satisfacción. No. No satisfacción, no es eso. Espero de ellos un mínimo de realización, de certeza de no-estar-muerto, pero solo son una lista de ¿logros? Ah sí aprobé dos oposiciones, ah sí tengo plaza en lo-que-quería y donde-quería pero no sé a quién pretendo engañar si lo único que quiero es dejar de sufrir y de perder y de estar malgastando la vida los años la piel los huesos.
— Bueno, objetivamente bien. Muy bien, de hecho.
Sí. ¿Quién no estaría contento? ¿Quién no estaría orgulloso? Una vida activa, relevante, trascendente, rodeado de gente que te aprecia y que te valora, que piensa en ti como amigo, líder, cuidador, como alguien admirable. No. Por dios, no. Lo único que soy es un ejemplo de cómo una terrible angustia vital te pisa el cuello y te escupe y te ensucia y te aparta del mundo y no hacer nada por cambiarlo.
— ¡Vaya! Eso es genial.
Hemos llegado al punto en el que entro en segundo plano. Mi consciencia de muerte me dice al oido: ¡ah! Has vuelto a perder. Según cualquier lógica debería estar bien. Mejor. ¿Mejor? Mejor al menos. Tampoco es complicado, reconozcámoslo. Mi consciencia de muerte me dice al oido: ¡sí! Todo eso es verdad, pero para los vivos; tú estás muerto. Y me limito a darle la razón.
— Creo que podríamos ir retirando medicación.
Lo creo. Sí. En mi última analítica mi hígado ha empezado a avisar de que son demasiadas cosas lo que tiene que metabolizar. Desde hace demasiado tiempo. Así que, sí, creo que deberíamos empezar a retirar la medicación. ¿Acaso soy psiquiatra? ¡Idiota! No. No hace falta. Sí. Haré una retirada progresiva. Primero alternar 100 y 50, un día uno y otro día otro. Luego solo 50. Luego alternar. O no. ¿Y las de por la noche? No lo sé. Tengo miedo. ¿Tengo miedo? No lo sé.
— Claro, tú ya sabes cómo.
Estoy cansado de una sentencia tan pero tan pero tan definitiva. De saberlo. De no haber otra salida. Siempre hacia adelante y siempre desde el mismo lugar. Estoy solo. Me estoy quedando solo. ¿Más si cabe? No puedo cuidar a nadie desde esta desgraciada enfermedad. No puedo crecer, no puedo vivir. Mis planes, ¿sí? Objetivamente genial, subjetivamente para qué quiero una plaza si no quiero trabajar si no quiero ganar dinero si no quiero vivir en definitiva. La vida es una experiencia dolorosa para quienes tenemos esta suerte. ¿Conservo la capacidad de amar? ¿Acaso añoro afecto? Qué más da, qué más da. Estoy cansado. Pesa mucho todo. Duele mucho estar despierto. Bien… Todo bien. Pero duele demasiado.
Y me vuelvo a caer desde mí mismo al vacío, a la nada.
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