Trataré esto con mucha brevedad, pues jamás vería la luz este texto si lo alargo tanto como me gustaría. Cuando todo un sistema de valores que se contradice a sí mismo logra impregnar toda la esfera de una sociedad, surgen tensiones entre la percepción que alguien tiene de sí mismo como sujeto concreto y la idea que ese individuo puede tener de sí mismo integrado en un cuerpo social. Hablaré de lo que me he tomado la libertad de llamar falsa presencia. Hay infinidad de aspectos que me querría tratar, pero en este momento, esto es lo que más relevancia tiene.
Con la venida en tropel de la llamada sociedad de la información (que no es más que una sobreinformación a la prole cuya última consecuencia es perpetuar la desinformación) no solo se nos ha inundado completamente de datos e información de cuestionable veracidad, sino que, con una latente falta de libertad mayoritaria, hemos sido introducidos sin dilación alguna en las dinámicas de los datos, asumiendo todos los requisitos que éstos deben cumplir en esta era de la información. Esto, cómo no, lo hacemos inconscientemente a través de las redes sociales.
Para ser más explícito (y de verdad que lo odio), Whatsapp es una gran fuente de información sobre la gente de nuestro entorno, solo que con el obstáculo, cada vez menor, de necesitar un número de teléfono. Hoy es casi un código de barras o una suerte de matrícula. ¿Quién no tiene una amiga a quien le ha hablado un desconocido después de una fiesta? Precisamente, ese anonimato y erotización de lo desconocido, esa necesidad de descubrir cosas porque lo cercano y cotidiano aburre, es un pilar fundamental en todo esto; no hay más que ver la función "encontrar personas" (o como sea) de muchas aplicaciones y redes sociales que se utilizan a diario. Aunque sea una de las espadas de la posmodernidad de la que emanan los demás cuchillos, voy a centrarme en estos últimos, porque la espada en sí tiene mucho de que hablar y muchos castillos y arcoíris que desmontar y bajar de las nubes.
Continúo con aquello de la falsa presencia. Casi cualquier persona es fácilmente localizable en cualquier momento, y no tiene porqué saberlo. A través de las redes sociales, se da una imagen de falsa omnipresencia, de una entrega total a la tribu, al menos de forma espiritual. Imagino los grupos de Whatsapp como una suerte de sala en la que varias personas están sentadas en círculo, con más o menos comodidad, esperando que la voz cantante se arranque a decir algo. Lo mismo sucede con los chats y conversaciones privadas. Es una presión constante saber que alguien te ha escrito y no tener ganas o necesidad de responder. Yo debo tener cerca de veinte chats sin responder, y admito que en ocasiones me siento culpable.
Sin embargo, Twitter se lleva el primer puesto en cuanto a depredación social del espacio íntimo. Bien es cierto que nadie publica algo que no quiere. O eso nos dice la ideología que habla de libertad y falsos sueños. No, no somos libres. Ni el que publica una foto en el Bernabeu, ni la que tiene un cuerpo normativo y se publica desnuda en la red. Sin entrar en juicios de que sea correcto o incorrecto, apropiado o inapropiado (no tengo la potestad de determinarlo), lo cierto es que no somos libres, y los usuarios, tampoco. Como antes sucedía en lo barrios, en la red existe una multiplicidad de roles que se asumen prácticamente por inercia. Aquí podría entrar el factor de fruición cómoda, donde triunfa el hedonismo neoliberal y la falsa sensación de libertad. En Twitter se cuenta todo, llega a ser hasta enfermizo ver como se puede llegar a conocer la intimidad de tantas personas a la vez siendo un usuario medio de esta red social, y es que se mezclan los factores básicos para la receta perfecta de la posmodernidad y su cinismo imperante:
- Brevedad forzada: 140 caracteres, se cuenta poco y mal. Esto lleva al segundo punto.
- Falso intelectual: Al ser todo tan breve, se premia más ser ágil que alcanzar profundidad. Además, aparece el nuevo ensayo: los hilos, una casi infinita sucesión de mensajes de 140 caracteres cada uno en los que se desarrolla algún tema de manera muy poco didáctica. No lo digo yo, es que el formato impide profundizar.
- Anonimato: Esencial en todo este proceso. Las redes lo facilitan, pero en la vida real (si podemos llamar así a un escenario de máscaras y falsedad) es hasta más tangible. Una noche de fiesta, la música no permite hablar apenas, la ropa no da pie a ser algo más que carne, la compañía te somete a no pensar. Elisabeth Noelle Neumann. En las redes, a esto se le añade la posibilidad de construir tu propia imagen. Te puedes llamar fotógrafa, poeta, cómico, escritor, mourinhista... Formar una identidad a partir de etiquetas e instancias sociales ya establecidas, un marco cognitivo que para nada es nuestro, viene dado. Repito, no somos libres.
Por último, veo necesario hacer hincapié en la doble dirección a la que apuntan las balas cuando la ideología toma cuerpo social. Por un lado, se enarbola un individualismo rancio, señalado desde la izquierda como alienante y esquivo ante los intereses reales de un sujeto. Por otro lado, de alude a la globalización y a los avances tecnológicos que permiten conectar personas (como aquel eslogan publicitario) de lugares muy distintos. Lo cierto es que una de esas dos direcciones tiene matices. La otra, directamente es un insulto a la inteligencia. Empiezo por los matices: es rancio, sí, y es alienante, por supuesto. Sin embargo, discrepo que sea del todo individualismo. Es cierto que estos imaginarios sociales y marcos cognitivos impuestos hacen individuos que solo miran por sí mismos, pero ello no los aísla del todo, ya que interactúan, con una máscara y un disfraz que se han cosido con aquello que han ido encontrando por el camino artificial de la socialización (personificación, se atreven a llamar algunos conductistas). No obstante, esa interacción será, siempre que ocurra en espacios de anonimato, zafia y vulgar.
En cuanto a la globalización, me niego siquiera a elaborar una crítica, porque es la segunda mentira más grande que nos llevan contando desde comienzos de siglo.