Uno intenta querer, pero de quererlo, no se quiere.
Uno trata de llegar al punto álgido o seguir en la cima
pero el frío y la presión de ésta baten al uno.
¿Y qué sabe el uno de que lo que quiere es bueno
cuando está bien en lo malo?
Quizá el uno quiera lo malo
y lo bueno quiera al uno
que sin querer,
quiere lo malo.
viernes, 22 de agosto de 2014
miércoles, 13 de agosto de 2014
Espejos del tiempo
Yo le conocí en sexto de primaria, y hasta ahora, ambos hemos cambiado notablemente. En moral, físico (por fortuna) y la propia praxis de nuestros valores, quizá en mi caso, más deteriorados, o ausentes. Él me recordó al buen chaval que yo era cuando le conocí. No lo hizo a propósito, solo lo que estuvimos hablando. Fue en muchos puntos, como mantener una conversación con mi "yo" de hace 2 años. O de hace 6, cuando le conocí.
Recuerdo que me sentía a gusto con la vida, estaba tranquilo, como si todo, a pesar de ser un desastre, estuviera controlado. Me recordé del amor que hace tiempo que no siento. Cuidar de los míos, cosa que hoy, no es que sea una tarea, pero tengo que forzarlo, porque si por mi fuese, me limitaría a existir. Por no tener ganas de salir de la cueva, pero tampoco tener la valentía de derrumbarla conmigo dentro. Recuerdo que, a pesar de fracasar en cada vuelo, seguía haciendo y probando cosas, sin miedo al rechazo, sin miedo a nada. Ahora incluso me cuesta escribir o plasmar cualquier idea que me ronde por la cabeza. El simple hecho de plantearme hacer algo ya me está echando para atrás. No puedo pensar en que voy a leer, tengo que coger el libro y empezar, y aún así soy incapaz de evitar distracciones. Lo mismo cuando escribo. Puedo estar plasmando algo de mi interior, y a la vez estar pensando, recordando o especulando. Una constante inquietud.
No es que mi amigo fuese como el yo de hace un tiempo, sino que me hizo pensar, a sabre por qué, en ello. Él fue algo así como un espejo del tiempo. Tú ves en algo (o alguien) lo que eras hace tiempo por dentro.
Tengo que reconocer, que fue enormemente triste ver en lo que iba a degenerar lo que "vi" en el espejo.
lunes, 4 de agosto de 2014
La cápsula roja
Quizá no hay mejor manera de retratar la realidad que interpretando una película de los 90 y rememorando la esperpéntica obra de Valle-Inclán, cada cual con sus verdades como puños. Voy por orden de mención.
Mátrix, al fin y al cabo, es, y cito desde el guión, "un mundo que se ha puesto ante nuestros ojos para ocultar la verdad". El "dilema" de la película viene en el momento de la elección de las dos pastillas. La azul, que haría a Neo volver a su vida, digamos, normal, olvidando todo lo que sabía sobre la verdad absoluta, y la cápsula roja, que como dice una canción, es la verdad, con sus alfileres.
Independientemente de la paranoia que continúa la trama de la película, no es más que una obra esperpéntica, o incluso metafórica. El hombre normal vive sin saber la verdad, vive en la cruda y mísera ingenuidad para los ojos de algunos pocos desgraciados. Ese hombre, esta especie, se habría tirado sin pensar a por la cápsula azul. Quiere ser feliz, pero , ¿cuál es el precio de esa felicidad?
Tener razón no te hace ser feliz. Quizá creer tenerla, sí. Es un hecho que tener la aceptación social hace feliz a aquellas personas clónicas salidas de un patrón casi universal, y por desgracia, con las ideas y la verdad, ocurre lo mismo. Si todo el mundo se cuestionase todo, teniendo un mínimo criterio personal, no habría forma viable de organización en la especie humana, porque somos felices por ser ignorantes.
La cápsula roja es la verdad. Será jodida, lo es, de hecho, pero es la verdad. Es seguramente el privilegio al que más se renuncia involuntariamente. Dónde está el valor de ser especial... Aquí entra el amor propio, que se puede interpretar de dos formas... Elegir la cápsula roja y conocer la verdad, o vivir en la eterna y vital ignorancia escogiendo la azul... Tú decides. Felicidad o razón.
Quizá la verdad universal, la razón, la roja, de la felicidad a algunos individuos. Cada uno es distinto. Incluso un doctor alemán escribió que la felicidad era una patología, una enfermedad. Se puede entender así. Ahora le voy a dedicar poco más que dos líneas a Valle, porque este intento de explicar brevemente la relación entre razón y felicidad, ha sido un derroche de esperpento.
Nos vemos en el callejón del gato, ser felices.
Independientemente de la paranoia que continúa la trama de la película, no es más que una obra esperpéntica, o incluso metafórica. El hombre normal vive sin saber la verdad, vive en la cruda y mísera ingenuidad para los ojos de algunos pocos desgraciados. Ese hombre, esta especie, se habría tirado sin pensar a por la cápsula azul. Quiere ser feliz, pero , ¿cuál es el precio de esa felicidad?
Tener razón no te hace ser feliz. Quizá creer tenerla, sí. Es un hecho que tener la aceptación social hace feliz a aquellas personas clónicas salidas de un patrón casi universal, y por desgracia, con las ideas y la verdad, ocurre lo mismo. Si todo el mundo se cuestionase todo, teniendo un mínimo criterio personal, no habría forma viable de organización en la especie humana, porque somos felices por ser ignorantes.
La cápsula roja es la verdad. Será jodida, lo es, de hecho, pero es la verdad. Es seguramente el privilegio al que más se renuncia involuntariamente. Dónde está el valor de ser especial... Aquí entra el amor propio, que se puede interpretar de dos formas... Elegir la cápsula roja y conocer la verdad, o vivir en la eterna y vital ignorancia escogiendo la azul... Tú decides. Felicidad o razón.
Quizá la verdad universal, la razón, la roja, de la felicidad a algunos individuos. Cada uno es distinto. Incluso un doctor alemán escribió que la felicidad era una patología, una enfermedad. Se puede entender así. Ahora le voy a dedicar poco más que dos líneas a Valle, porque este intento de explicar brevemente la relación entre razón y felicidad, ha sido un derroche de esperpento.
Nos vemos en el callejón del gato, ser felices.
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