martes, 15 de abril de 2025

Recuperar el animal herido

Estoy enajenado. No sé qué soy, quién soy. Mírame: he desaparecido y nadie puede encontrarme. He intentado abrazar la vida adulta, integrarme en este modelo limitado de qué se espera de mí, de pasar desapercibido, de disimular las heridas... Ay. Es complicado esto último. Sé que las he tapado, normalmente, con muchas palabras. A veces poemas, a veces confesiones en este lugar. Creo que llegué a pensar que si no las miro no sangran, pero me he despertado y la casa está empapada de sangre. ¿Cómo es que sigo vivo? Segunda sorpresa. 

Fíjate, ha pasado algo, un amor y una huida fallida. ¿Estoy perdiendo agilidad? Imagina los titulares en mi cabeza: maestro escapista cazado en plena huida, llorando en una esquina, volviendo arrastrado sobre sus pasos, inexplicablemente vivo. Yo sé que hay cosas que cuesta entender. Las guerras, el comportamiento caprichoso de los átomos, las cosas que yo siento y que no sé si se les puede llamar amor. ¿Quién iba a salir corriendo, a esconderse, en cada amor? Ah, un muerto, un animal herido. Llevaba tiempo sin escribir. Creo que siempre lo he hecho como un acto de solidaridad conmigo mismo. Como darme la mano. Como echarme una sábana por encima una noche de verano o la noche en que me muera, es lo mismo. Decoro, formalidad, un gesto de compasión. De autocompasión.

Este narrador que juzgaba mi vida, que me sobreprotegía del mundo, ¿dónde está? Echo de menos el impulso irracional que me inyectaba adrenalina suficiente para huir de todo. ¿Por qué me quedo? ¿Qué estoy haciendo aquí, si todo aquí es hostil?

Recuerdo ir a la playa de pequeño con mis padres y mis hermanos. Había una chimenea muy alta, abandonada, de cuando esta cuidad costera tenía aún tejido industrial y no era solo un lugar con playa y bares. En esa chimenea había pintado "NO A LA GUERRA". Yo no sabía poner Irak en el mapa. Ni sabía que era Irak. Ni sabía tampoco qué era una guerra en realidad. Pero qué obviedad, pensaba. No a la guerra, pues claro. ¿Quién puede amar el conflicto? Lo lógico es evitarlo. Lo lógico es huir. Lo lógico es desaparecer cuando la violencia te estalla en la cara.

¿Siempre he pensado así? Quiero decir, ¿debe tranquilizarme que un pequeño Guille de 6 años no entendiera el conflicto? Ese pequeño Guille que le gustaban las camisetas rosas, pasar el verano en calzoncillos, no confrontar el dolor porque era mejor experimentarlo de una manera difusa a ver los detalles de las heridas, ¿ha cambiado? Creo que esa torre sigue en pie pero ya no pone ningún mensaje obvio. Lo han pintado para neutralizar las palabras. Esa chimenea para mí era una torre que existía solo para decir una obviedad. Ahora no dice nada. Tal vez antes yo decía algo cuando huía, cuando escapaba de confrontar un dolor. Creo que aprendí, no sé si a ignorarlo, pero a dejarlo estar. Y a apartar su origen, si era posible. 

Quiero volver a escribir. No sé si es masoquismo, autosabotaje, o qué, pero necesito reconsiderar los conflictos que ahora intento neutralizar. Tal vez los intento neutralizar como quien tapa una obviedad, y es que el mundo está en guerra y la guerra no tiene sentido y aún así hay torres abandonadas que condenan la guerra y mi niño interior (¿y exterior todavía?) se siente muy confundido, porque ¿quién va a amar el conflicto? Pudiendo desaparecer. 

Estos días he vuelto a escribir algunos poemas. Sobre la geografía del amor, sobre los límites de la ternura, sobre no ser importante. Parece que vuelve ese pequeño animal herido. Y encuentro cierto placer y paz en saber que existe, que no ha muerto, que no se ha perdido. Solo estaba imitándome. Escapaba, esta vez de mirar adentro. Pero sigue igual de triste y vacío todo. No sé qué es esto. No sé el sentido del conflicto. 



Vienes solo, no hay nadie por detrás. 
Rompes todo, te van a hacer llorar. 
Míratе bien, no formas parte del plan. 
Quiеres arder para volver a empezar.