sábado, 24 de octubre de 2020

La burbuja

Es complicado describir el fenómeno. ¿Una burbuja? Puede ser, sí. Puede ser una burbuja. Millones de burbujas en realidad, tantas como desgraciados vivimos en ellas. "Burbuja" parece un término amable, proteccionista incluso si me apuras, pero nada de eso. La burbuja es una manifestación violenta y sibilina, el discretísimo resultado de los mecanismos que se desarrollan bajo esta condena. Es una forma de contención, es una limitación. Limitación, esa es la palabra exacta. Somos unos desgraciados, limitados por la mala suerte de sentir el mundo como lo sentimos, de experimentar de este modo tan desagradable la vida. Estamos rodeados, contenidos, por una burbuja que tiene al milímetro nuestra forma. Es importante recordar que esto es algo ajeno, ¿sí? No soy mi burbuja, no eres tu burbuja, aunque cada una nos limite, nos someta y nos extenúe de una forma tan tristemente particular que parezcamos uno con ella. Pero no, esta sincronía es la del parásito, la de la mancha tóxica que impregna la vida y se amolda a la perfección a cada uno de nuestros contornos. Lo jodido es que con el tiempo acaba echando raíces y te cambia, te consume hasta hacer de ti una enorme mancha inerte: de fuera hacia adentro, la burbuja te come, roba tu energía, te quita brillo y luz. Ah, te has dado cuenta, ¿verdad? Ya no sonríes igual, ya no miras el cielo igual, ya no tantas cosas, ya no ya no, y eso es la mancha, la burbuja. Unas veces se gana y otras se pierde. Ojalá no hubiera burbujas que se hacen tan resistentes y fuertes como la mía. Es opaca. Yo me disfrazo para ocultar el oscuro mate de mi superficie. ¿No lo consigo? Es cierto, hace mucho que no lo consigo, mírame los ojos, ¿ves? Ya, es por eso que ya no vivo ni quiero hacerlo. Es limitante, ya lo he dicho. Te anula como persona porque no te deja ser libre. Cadenas por todos lados, estamos atados a la tristeza por la burbuja que nos separa del mundo, presos de su oscuridad. No somos libres si tenemos encima esta enorme nube densa todos los días. ¿Cómo vivir así? Yo no amo, no porque no sienta, sino porque no puedo permitírmelo. ¿Imaginas? Sería un disfraz constante. Nadie ama a una sombra encerradita en una burbuja. Lástima, sí, o algún resquicio de selección natural, huida del desastre, a saber. Yo no quiero compartir con nadie esta bruma, se hace irrespirable vivir conmigo. Pero amo y es frustrante no poder habitar el mundo de lo amado. No poder.

La burbuja es transparente, discreta. Uno tarda en darse cuenta de ella. Es terrible cuando ves el mundo desde la burbuja y entiendes que estás separado de todo, y que esa separatidad es insalvable. Dentro de ti hay entonces un intento de arder, de quemarlo todo, pero la burbuja es hermética. No puede combustionar nada aquí adentro. No hay energía para arder. Solo queda esperar que poquito a poco se apague lo de adentro, y lo de afuera nos devore del todo. Sus raíces las noto ya en mí. En el estómago, en el corazón, en los huesos... Todo está débil y en un constante al límite. 




miércoles, 14 de octubre de 2020

MIE

Madrugo lo justo como para no cuestionar mis actos. El tiempo está medido. Vestirme por inercia pero con cuidado, aunque apenas vaya a usar esa ropa un par de horas en todo el día; después llevaré un pijama ajeno que ha pasado ya por miles de cuerpos y miles de procesos de desinfección, planchado y distribución aleatoria. Me visto como persona, decía. Menos especial que antes. El vestuario es ahora un disfraz con el que transicionar a través del mundo. Pasar desapercibido es una tarea demasiado sencilla, y eso a veces me molesta. Café. Dos tercios de agua en la taza roja de siempre, un minuto en el microondas, una cucharadita de café, una cucharadita de azúcar, remover, sentarse. El silencio que provoca el descanso del motor de la nevera me hace pensarme. Primer juicio de realidad del día: yo existo sin quererlo. El café quema. Enciendo la televisión, canal 24h, deseo ver el desastre del mundo y no lo deseo al mismo tiempo. Ruido, tal vez solo busco eso, ruido. Pellizco mis dedos, los unos con los otros. Las pastillas. Saco la que está donde pone MIE en el blíster. Todas son iguales pero así al menos finjo cierto control sobre mis decisiones. Doy un sorbo de la taza roja. El tiempo ha pasado deprisa, pienso, o acaso mis manos frías se han llevado parte del calor. Pastilla, café, deglución, café, deglución, mirada perdida sobre la mesa. Cojo las llaves, salgo del sitio donde vivo y llego al hospital. Subo las cinco plantas andando. Nadie usa las escaleras y eso tiene ventajas. Fuera ropa de persona, dentro pijama institucional. Entro en la consulta, menciono  nombres, van pasando. No tome sal. Levántese la camisa. Súbase a la báscula. Respire hondo. No, los diuréticos son para orinar. Está bien que pasee tanto. No, no soy doctor. ¿Ha tenido dolor en el pecho? Recuerde que debería vacunarse. Ficho a la salida, llego a casa y cocino algo rápido. Me siento tan vacío. Estoy perdido, muy perdido. ¿Y mi sitio? No logro verlo. Estoy cansado, ya lo sabes. Creo que no puedo más pero continúo en este no-lugar. Simplemente existo. Esto es la nada, y en la nada no se puede habitar. Ceno un yogurt. Un vaso de agua fría. Pastillas. Busco el respectivo MIE en el blíster de otra caja. Fingir control. Entro en mi habitación y aterrizo en la cama. Con suerte leo algunos poemas. Luego decido irme a dormir. ¿Pastillas? Último juicio del día.




No recuerdo
una anti-historia mejor.