Hemos forzado demasiado la máquina. Toda una tripulación de soñadores frustrados achica el agua que lleva años entrando por las grietas de mi nave. Están ahogados pero no lo saben.
Ahora la marea arrastra una montaña de hojalata oxidada por dentro, con algunos desperfectos de inmadurez en la cubierta externa. No hay nada más atroz que la deriva.
Pasan a mi lado y no dicen nada. Me miran a los ojos y no ven el hundimiento. Abro la boca y parece que todo va bien. La interpretación intermitente de un papel se cronifica: preguntas poco relevantes sobre la salud de los otros. ¿Y la mía, qué hay de la mía? Hoy no me importa.
Nadie me cuida y no lo añoro. La última vez que sentí unos cuidados efectivos en mí me prepararon una sopa caliente. Hoy toda atención hacia mí es inútil. No me cuidéis no, ya no por favor. No más ensañamiento, eso es levantar otra pared contra la que chocarme al levantar y no poder.
Hemos forzado la máquina en exceso pero el mundo no lo puede saber. Jamás tocaremos fondo porque el fondo lo recreo nuevamente a cada instante. Todos los días son el mismo día pero el vaso colmado inunda esta habitación. El mismo día pero siempre peor. Tan solo sé que no quiero esto.