viernes, 9 de agosto de 2019

La juventud

Entonces alguien con los pies apoyados en la mesa afirmó sentirse joven. Mientras exponía sus argumentos de un modo ordenado y premeditado, como si la intervención estuviera preparada desde días atrás, yo comencé con mi común ejercicio de analizar la forma en que veo el reflejo de lo ajeno en mí. ¿Yo soy joven? Apenas acabo de cumplir esta noche veintidós años y sigo sin sentirme joven, sin saber de la frescura de los años en los que el cuerpo todavía no duele y permite hacer de todo. Justo ahora recuerdo la frase que escribí en el papel donde abandono ideas inmaduras: Estoy tan tristemente desperdiciado... No sé qué es ser joven, nunca lo he vivido, y nunca lo viviré. Algunos viven una segunda juventud. No será mi caso, pues para ello es necesario una primera.

Estoy abocado a la culminación de mi peculiar fantasía distópica: Llegará el día en que nadie me felicite por mi cumpleaños. Hoy, excluyendo a siete familiares, solo tres personas me han felicitado, de las cuales solo una lo hizo sin yo esperarlo, porque recordaba la fecha. Me parece de mal gusto felicitar el cumpleaños de alguien que no quiere que pase el tiempo en ningún sentido, que no quiere ser. Mi abuelo materno disfrutó mucho sus últimos cumpleaños. Él decía que le estaba ganando batallas a la vida. Yo siento que las pierdo contra el tiempo. Desperdicio tanto el tiempo... Nunca me arrepentiré. Es una forma de condena saberlo.

Entonces quitó los pies de la mesa y dijo que los dolores son los que marcan la juventud, porque limitan las aspiraciones y capacidad de satisfacer los deseos de vivir determinadas experiencias. Con esas palabras lo entendí todo. Interpretándolo a mi manera supe que mi dolor me limita en absolutamente todo lo que me proponga, impidiéndome sentir el placer y la paz de estar haciendo bien las cosas. Por eso tengo la cabeza agachada y las manos cruzadas entre sí. Por eso no miro al frente y solo espero que pase el tiempo y espero y espero y espero sin más. No me juzguen, me duele tanto mirar la vida que estoy en una limitación constante, y no puedo más que hablar del dolor propio, o sonreír por la alegría de otros. Mi felicidad nunca será mía porque la angustia que acompaña al dolor es crónica y se reagudiza sin ningún criterio lógico. Una máquina rota a ratos. Pero duele igual.




Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz...