Voy a contarte un cuento. Puede que también me lo invente, no voy a mentirte.
Por suerte no acabó todo ahí. Fui a parar a una isla desierta (¡de la que hablaba al principio!), nadie pasa por aquí, y si lo hacen, suelo esconderme o disfrazarme de algún animal autóctono. Nunca pensé que un lugar tan pequeño pudiera sentirlo como algo extremadamente grande para mí. A veces desentierro el baúl, cierro los ojos, pienso cómo sonreía... Sé que hubo un tiempo en que todo iba bien, un tiempo donde mi hogar no era una isla y quien pasaba por delante solía quedarse a charlar un rato. Ahora mismo no es así. Si alguien habla conmigo, puedo contarle infinidad de cosas sobre naufragios, cartas desesperadas en botellas de cristal, incluso algunas historias tristes que he inventado aquí durante mis ratos libres. No les puedo hablar del bello paisaje porque no lo veo así, aunque no les voy a mirar mal si veo que disfrutan contemplando el ir y venir del mar hasta la tierra. Ya no.
Sé que las cosas han cambiado mucho desde que aquel chiquitín jugaba a levantar castillos e imperios de arena mojada, o achinaba los ojitos mirando al cielo mientras llovía para ver de dónde caía el agua, o se iba a dormir queriendo con muchas muchas ganas que llegase el día siguiente para llevar a cabo su próxima ocurrencia, jugar con sus amigos o ver a esa chica a la que nunca nunca le llegó a hablar. Hoy para nada es así. Es cierto que ya he aprendido a que mi islita no le haga daño a nadie ─aunque ojalá nunca nadie hubiera sufrido por esta suerte mía─, y también es verdad que estoy esperando a que se vaya esta bruma. Estoy deseando poder sonreír al sol, pero antes deben cambiar cosas que no dependen del todo de mí ni de nadie.
¿Sabes lo que te pasa?
Que eres un infeliz
y nunca
vas a ser feliz
con nadie.