Ponte en mi piel, Ángel de Amor,
así verás que no me dueles tú.
Entra en mi cuerpo, oh, Ángel
de Amor, sé tu ausencia,
lo sé, no estás y no me duele.
Entra en mis ojos si buscas
saber por qué, entra donde
todo aparece gris y hendido;
aquí el limbo es donde duermo la soledad.
Entra en mis oídos: no hay silencio,
sino ruido, como si tú, Ángel de Amor,
rompieras todo lo que queda
de mi capacidad de amar.
Camufla tus alas en mis palabras
perdidas en un aire que nadie comparte.
Entiende mis brazos sin cuerpo que abrazar,
mis manos vacías, mis ojos ─insisto─ cerrados.
Entiende que no me dueles tú,
Ángel de Amor. Me duele
que no quepa una mano
en mi mano vacía, que
mis ojos caigan al suelo
y no encuentren miradas
en mi derrota diaria de costumbres estoicas,
que mis brazos no puedan
tener cuerpo en las noches frías,
que sea mi voz un ave muerta
para la jaula de mundo que habito.
Que nadie escuche, que nadie entienda,
incluso lo celebro. Que no comprendan
que me mires llorando en cada amanecer,
Ángel de Amor, aunque te duela.
Que no pueda, Ángel
de Amor, que no pueda:
eso es lo que me duele.