No podemos hacer al tiempo responsable al hablar de pieles abiertas y cicatrices mal curadas. No existe herida, por más que la busques. Las horas dejarán una carta sobre la mesa con un remitente del pasado: nos hemos convertido en la propia herida que no sabe cerrarse. Aparecerán elixires y conjuros dibujados como solución y antídoto a un dolor que no conoce rostro alguno ni voz que explique su causa; no creas en ninguno de ellos.
Cansados, como el ciprés que llora al solo escuchar hablar de sí como una sombra que habita de pie entre tanta muerte y tanto olvido. Apareceremos vivos, igual que la mota de polvo que viaja inerte por la habitación, cuando sacudes la copa de cristal y un leve soplo interrumpe el silencio. No creas en ninguno de ellos, ni en sus palabras cargadas de esperanza, ni en las suculentas promesas de un futuro mejor; nada de eso puede ser real.
Abre la luz del espejo, deja que sus ojos sean los tuyos, abraza el vacío que brota de ellos. Comienza, entonces, a construir tu semejanza.